Pentecostés, nacimiento de la Iglesia
«Para nosotros los cristianos, Pentecostés es la venida del Espíritu Santo sobre el grupo de discípulos del Señor reunidos en Jerusalén, dóciles a la última recomendación del Maestro, esperando recibir a los pocos días un “ bautismo del Espíritu Santo”, del que no tenían concepto claro, pero recordaban y meditaban sin duda las palabras que les había dicho Jesús: “Recibirán la virtud del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria, y hasta los extremos de la tierra”.
El Pentecostés cristiano, señala una de las fechas decisivas para la historia de la humanidad. Se trata del nacimiento de la Iglesia. Dice san Agustín: “Lo que es el alma para el cuerpo del hombre eso es el Espíritu Santo para el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia”; se trata de la efusión del Espíritu de Dios, de la animación sobrenatural de la humanidad que la Iglesia lleva a cabo, de la presencia y acción del Paráclito prometido, de la tercera Persona de la Santísima Trinidad, único Dios en tres Personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como es sabido.
¡El Espíritu Santo! Es el “Don de Dios”; es el amor de Dios que se comunica y que multiplica los signos de su presencia y de su acción, los dones del Espíritu Santo, que se recuerdan de nuevo al administrar el sacramento de la confirmación: sabiduría y entendimiento, consejo y fortaleza, ciencia y piedad y temor de Dios.
San Pablo escribirá a los Gálatas: “Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, afabilidad, bondad, mansedumbre, modestia, templanza y castidad”.
La vida del cristiano que está en “gracia de Dios” es como un jardín en flor. Debemos honrar siempre al Espíritu Santo procurando ser justamente campo de ese florecimiento. Con esta nota referente a la acción espiritual del Paráclito en el alma cristiana a través de la acción sacramental: el bautismo confiere el Espíritu Santo como fuerza santificante y potencia interior que anima al cristiano con el Espíritu de Cristo y lo lleva a vivir como Él. La confirmación es el nuevo Pentecostés de cada uno de los cristianos, que le infunde el Espíritu para hacerlo adulto; ya no vivirá sólo para sí, como el niño, sino que tendrá una misión en la Iglesia, la misión de cada uno de los cristianos de trabajar por el reino de Dios.
De este modo, ¡qué Pentecostés no pase inadvertido para nosotros! “No apaguen al Espíritu”, repetiremos con san Pablo, y a todos recomendaremos encender o reavivar la llama viva de la caridad, que es precisamente la del Espíritu Santo» (De una homilía del Papa san Pablo VI).