Abrazo de Cristo, pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis de la iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla,
atribuida al pintor Valdés Leal[1].
María Geltrude Arioli OSBap[2]
Resumen: En la presente contribución[3], el tema general del Congreso (la divina pietas y la suppletio) no está tratado desde el punto de vista teológico, sino según la doble perspectiva de la experiencia espiritual y de la personalidad humana de santa Gertrudis, de las cuales emerge una singular sintonía entre la naturaleza y la obra de la gracia, una providencial apertura para acoger y testimoniar la divina misericordia y para vivir en la confianza con el Señor Jesús, que suple toda humana debilidad. El hilo conductor de la relación es la sorprendente actualidad de la figura de la santa de Helfta, la correspondencia entre su estilo de oración y de familiaridad con Cristo, con las situaciones existenciales de nuestro tiempo, que parecen exigir precisamente ese mismo modelo espiritual.
“Soy huérfana y sin madre, soy indigente y pobre. Fuera de Jesús no tengo ningún consuelo solo Él puede saciar la sed de mi alma. Él es el amigo preferido y único de mi corazón (…) Si él quiere hacer conmigo según su misericordia según su infinita piedad, esto se debe únicamente su bondad y depende de su buena voluntad. Yo soy suya, exclusivamente suya: Él tiene en su mano mi cuerpo y mi alma (…). ¡Quién me concediera llegar a ser una persona según su corazón, para que Él pueda encontrar en mí todo lo que desea, de acuerdo a su total beneplácito! Solo esto podría alegrarme y consolarme. Oh Jesús, dulce amante, único amado de mi corazón, amado, amado, amado más allá de todo lo que jamás haya sido amado; por ti, oh día primaveral peno de vida y de flores, languidece el amoroso deseo de mi corazón. ¡Oh, si me fuera concedido estarte unida lo más estrechamente, de modo que por ti, sol verdadero puedan germinar las flores y los frutos de mi progreso espiritual! Con confiada esperanza te he esperado (…) Has herido lo íntimo de mi corazón con tu esplendor y tu belleza”[4].
He aquí una página reveladora: no sabemos nada de la familia de origen de Gertrudis y, en general, ella no se apoya en constancias autobiográficas, sino que le gusta releerse a sí misma en el espejo del corazón de Cristo. La experiencia de unión mística esponsal con Jesús lleva a Gertrudis a revivir, en la niña que a los cinco años fue confiada a las monjas del monasterio de Helfta, una infancia de sufrimiento y de soledad, de indigencia espiritual, que, sin embargo, se convierte en condición providencial para crear en ella una sed insaciable de amor. Su humanidad sana y equilibrada no conoce los riesgos de repliegues sobre sí misma, de rivalidades egocéntricas, de búsqueda de compensaciones afectivas en el plano puramente humano. Precisamente el vacío de relaciones familiares, de la experiencia de la ternura materna, le abre el camino del corazón a la conciencia de haber sido elegida para una pertenencia exclusiva al Señor: su amor gratuito y preveniente, su tierna misericordia, atraen irresistiblemente el corazón de Gertrudis.
Aún si, a la luz de la experiencia decisiva vivida la tarde de aquel famoso lunes 27 de enero, a sus 25 años de vida, le parece que hasta entonces ha preferido sin remordimiento todo lo que le gustaba, al punto de declarar que solo la gracia preveniente de Dios le ha impedido vivir como pagana en un mundo pagano[5], en realidad, Gertrudis ha llevado una vida libre de vicios, simplemente dejando que su fértil inteligencia se distrajera de la mirada pura dirigida a Dios, para sumergirse en el gusto de la lectura de los clásicos.
Pero desde entonces, la experiencia mística de la inhabitación del Señor en su corazón, la sumerge en la interioridad permanentemente colmada de su Presencia. La consciencia humilde de recibir gracias extraordinarias por la pura misericordia del Señor, da a los sentimientos y a las expresiones una tonalidad serena, alegre, perfectamente armonizada con su humanidad, que proyecta alegría: ¡qué respuesta reconocemos (aquí) a los desafíos de nuestro tiempo, signado por el pesimismo, por el tormento de un egocentrismo exasperado, por la ausencia de una experiencia de Dios, que es también la desesperada convicción de no ser amados!
El tema aquí apuntado -la virginidad consagrada- es un aspecto privilegiado para hacernos conocer la armonía entre la personalidad humana y la pasividad mística, al reflejar como en un espejo la dulce misericordia de Dios.
“Oh dulcísimo Jesús, te he elegido solo a ti como único amante fiel de mi alma. Por ti languidece mi ánimo. Te ofrezco el amor de mi corazón, eligiéndote por compañero y por guía. Te ofrezco mi cuerpo y mi alma, poniéndolos a tu servicio, porque soy exclusivamente tuya y tú eres mío. Úneme a ti, oh amor verdadero: te ofrezco mi castidad, porque eres plenamente dulce y atractivo, un esposo lleno de delicias (…). Yo me ofrezco a ti, oh único de mi corazón, a fin de que, desde ahora en adelante, viva yo para ti solo, porque a nadie he encontrado más dulce, nada he juzgado más fructífero que estar unida a ti en la más estrecha intimidad. Plasma mi corazón según tu Corazón”[6].
Para apreciar mejor la plenitud de la alegría humana y divina, la fresca espontaneidad de un amor acogido y correspondido dulcemente, vale la pena leer las palabras de la biógrafa de Gertrudis a propósito de la castidad de la santa, en el Libro I de las Revelaciones (El Heraldo del Amor Divino). Sabemos que solo el Libro II es obra de Gertrudis y salta enseguida a la vista la diferencia, no solo de estilo, sino también de impostación espiritual:
“También la castidad (…) brilló en ella con espléndida luz. Solía afirmar que jamás en toda su vida, había fijado la mirada en el rostro de un hombre, de modo de poder recordar sus rasgos (…). Por más que la santidad de aquél con quien hablara fuera reconocida (…), siempre se alejó sin haber levantado sus los ojos a su rostro, si así puede decirse (…). Cuando le sucedía de encontrarse con un pasaje de la Sagrada Escritura que podría, de algún modo, traer a la mente algo sensual, trataba de saltarlo sin prestarle atención, por un sentido de virginal pudor”[7].
Este pasaje, como otros, resiente un estilo hagiográfico amanerado, que no tiene nada que ver con la exuberancia afectiva, la libertad y la espontaneidad del modo de expresarse y de sentir de nuestra santa. Basta pensar en la complacencia que ella expresa al ver a Jesús en la forma de un bello adolescente, cuando describe su primera gran experiencia mística: “… me di cuenta de la presencia de un jovencito amable y delicado, de unos dieciséis años, de tal aspecto que mi juventud de aquél entonces se hubiera complacido de verlo también con los ojos del cuerpo”[8]. También en los Ejercicios invoca a Jesús llamándolo “joven amable, amigable, deseable”[9]. Y, seguramente, habrá leído con toda serenidad y sin escrúpulos la Escritura, con la libertad madura y con la riqueza de experiencia humana que le venía de la lectura apasionada de los clásicos latinos y griegos. Sus escritos expresan la perfecta integración de todos los aspectos psicológicos y físicos de la sexualidad y de las facultades emotivas, en el transporte de amor esponsal con el cual vive la consagración de su virginidad. He aquí por ejemplo, un pasaje del Ejercicio IV:
“Mira que mi corazón arde ya con el deseo del beso de tu amor. Ábreme la cámara secreta de tu bella dilección. Mira que mi alma tiene sed del abrazo de tu íntima unión (…). Prepara ahora el banquete de tu copiosa misericordia, invitándome a la mesa de tu dulzura (…). ¡Oh si me fuera concedido llegar a ser tan íntima a ti, que no me hallara más junto a ti, sino dentro de ti! (…) Teniéndote por esposo, oh mi Señor, mi alma habría obtenido tal fecundidad, que nacería de mí la gloriosa prole de toda la perfección (…). Oh amor, cuyo beso es dulce, tú eres aquella fuente de la que tengo sed. Mira, mi corazón arde de deseo por ti: oh si tú, mar inmenso, pudieras absorber en ti esta pequeña gota que yo soy (…). ¡Oh amor, tu eres el suavísimo beso de la santa Trinidad que une con tanta potencia al Padre con el Hijo! (…) Oh dulcísimo beso, que tu vínculo no me pase por alto a mí, puñado de polvo! ¡No me prives de tu contacto, junto con tu abrazo, hasta que yo llegue a ser un solo espíritu con Dios! Hazme experimentar de verdad qué extraordinaria delicia es abrazarte, Dios vivo, dulcísimo amor mío, en ti mismo y unirse a ti (…)”[10].
La tonalidad apasionada de esta oración expresa la armonía entre la afectividad viva del temperamento humano y la obra de la gracia, acogida con dócil pasividad mística y abandono al Espíritu Santo. La esencialidad de la referencia a la comunión trinitaria da un espesor teologal y una objetividad de referencia a la Palabra, que hace estas páginas muy diversas de los diarios de las místicas contemporáneas tan marcadamente enfocados en la fenomenología de la propia subjetividad.
La feminidad de Gertrudis se trasluce en su especificidad como capacidad receptiva del amor, como deseo de fecundidad materna y de reciprocidad esponsal[11]. La perspectiva de la visión de la vida que da al Creador su primacía edifica una jerarquía serena de valores, en la cual cada realidad es apreciada por lo que intrínsecamente es y por su relación objetiva con las otras realidades: el orden ontológico difunde belleza y paz y la persona gusta la propia plenitud de sentido, se reconoce y se acepta en la riqueza de valores que tiene en el plano de Dios. Gertrudis acepta y goza de la propia feminidad como rostro personal de la semejanza con Dios; siente el valor de una humanidad hecha para el don de sí, la acogida y el servicio a la vida. Leer estas palabras ayuda a juzgar con lúcida seguridad la insipidez peligrosa de la actual teoría del gender (género): esta funesta ilusión de inventar la estructura de la propia persona bajo la pretensión de una reivindicación de libertad individual, y luego, de hecho, anular la riqueza de las diferencias y homologarse a la ideología de la masa, perdiendo el gusto de la vida y la alegría de saber gozar de los propios dones originales.
En la experiencia espiritual de Gertrudis vibra la felicidad de la autorrealización que, lejos de implicar la contraposición del yo a la trascendencia divina, consiste precisamente en adherir con todos los componentes de la persona a Aquél que es la única fuente y fin último de nuestra vida.
“(…) El alma fiel a Cristo se consagra por entero (…) volviendo a adherir fielmente a su mismo esposo celestial, en la observancia de la virginidad o de la castidad, con corazón puro, con cuerpo casto, con un amor que la tenga tan unida a Él, que su afecto no se incline por ninguna creatura (…). Este es nuestro Dios, que nos ha amado con un amor invencible, con una caridad inestimable, con una dilección que jamás conocerá separación. Por este motivo ha tomado de nuestra tierra, la sustancia de su cuerpo, para llegar a ser Él mismo esposo y tener una esposa: Él que nos ha amado con todo su ser: amarle significa llegar a ser su esposa”[12].
La vía de la plena realización de sí está en tal totalidad del don -cuerpo, alma y afectividad- en la concreta reciprocidad que se apoya en la teología de la Encarnación. La misericordiosa condescendencia de nuestro Dios “que ha tomado de nuestra tierra la sustancia de su cuerpo para llegar a ser el mismo esposo”, es el misterio que colma de gratitud, de felicidad, de espesor concreto, la recepción de su amor y el deseo de la reciprocidad del don, que llega a ser posible precisamente en virtud de la Encarnación: “A ti te cante con alegría la carne purísima de tu humanidad, por la cual me hiciste pura, llegando a ser hueso y carne de mi propia carne”[13]. En el Libro II de las Revelaciones encontramos una expresión análoga: “Oh mi Dios, que la fuerza de aquel amor cuya plenitud habita en Aquel que se sienta a tu diestra, y que se ha hecho hueso de mis huesos y carne de mi carne, supla todo lo que mi maliciosa negligencia pudo haber quitado a la fuerza de esta devoción”[14].
Continuará
[1] El retablo de santa Gertrudis de la Iglesia del Real monasterio de San Clemente de Sevilla constituye un conjunto pictórico grandioso, de estilo barroco, fechable en los últimos años del siglo XVII. En el centro se encuentra el gran lienzo de Lucas Valdés, Santa Gertrudis en inspiración, de 1680. Rodeando el cuadro aparecen diversas escenas de la vida y visiones de Gertrudis. Este cuadro, que se clasifica dentro de los motivos pasionarios, representa a Cristo descolgándose de la cruz para fundirse en un mutuo abrazo con Gertrudis. El abrazo de Cristo Crucificado es la forma clásica en la Edad Media para representar la unión de un santo con Cristo en el misterio de la cruz; ha quedado asociado a la iconografía de San Bernardo porque tal episodio está narrado en su Vita prima. Se aplica santa Gertrudis, no solo por su filiación espiritual con el santo de Claraval, sino, sobre todo, por las múltiples alusiones a los abrazos en sus revelaciones y en particular por los siguientes relatos: “Una noche, Gertrudis tenía junto a su lecho la imagen de Cristo crucificado, y esta imagen, que parecía caerse, se inclinaba hacia ella; ella la levantó y le habló con ternura: ‘Oh dulcísimo Jesús, ¿por qué te inclinas?’ Él le respondió: ‘Es que el amor de mi divino Corazón me atrae hacia ti’. Entonces, ella, tomando la imagen y poniéndola sobre su corazón, la estrechó con dulces abrazos y besándola con ternura le dijo: ‘Bolsita de mirra es mi Amado para mí’ Al instante el Señor sin dejarla terminar respondió: ‘Que reposa entre mis pechos’. Con esto le dio a entender que toda persona debe envolver diligentemente en su santísima Pasión todas las contrariedades y sufrimientos tanto del corazón como del cuerpo” (L III, 52.1). “Un viernes, Gertrudis pasó toda la noche sin dormir encendida en meditaciones y deseos (…) Tomando la imagen del crucifijo, la acariciaba de las más variadas formas con dulces besos y estrechos abrazos. Pasado largo tiempo sin dormir por la ternura de su corazón, dejó la Cruz y exclamó: ‘Adiós, Amado mío, que pases buena noche; déjame dormir para recuperar las fuerzas que he perdido casi por completo en esta meditación contigo’. Dicho esto, se separó de la cruz con el deseo de dormir. Mientras así reposaba, el Señor extendió su derecha desde la cruz hacia su cuello como para abrazarla y aplicando sus labios sonrosados al oído le dijo en un tierno susurro: ‘Escúchame, amada mía, voy a cantarte melodías amorosas, pero no en formas mundanas’. Y entona con voz sonora siguiendo la melodía del himno Rex Christus factor omnium (oh Cristo Rey, autor de todas las cosas) la siguiente estrofa: ‘Mi continuo amor es tu asiduo penar; tu suavísimo amor es mi gratísimo manjar’ (…) Recreada dulcemente durante el sueño despertó, y sintiendo recuperadas sus fuerzas daba devotas gracias al Señor.” (L III 45).
[2] Madre María Geltrude del Divin Cuore (Marialuisa) Arioli, nacida en 1936, graduada en filosofía, es monja benedictina de la Adoración Perpetua en el Monasterio de Milán. Fue docente en el liceo interno y Priora de la comunidad monástica, desde 1990 hasta 2016. Actualmente dicta cursos monásticos y de espiritualidad para laicos.
[3] Continuamos publicando la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y de la autora, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] Ejercicios Espirituales III. Para las obras de Gertrudis de Helfta: Les exercices, SCh 127 (1967); Le héraut, SCh 139 (1968), SCh 143 (1968), SCh 255 (1978), SCh 331 (1986). Aquí se cita la traducción tialiana: Gertrude di Helfta, Esercizi spirituali, eds. M. Bartoli - A. Montanari, Glossa, Milano 2006 (Sapientia 25), p. 23. N. de T.: He optado por traducir al español la versión en italiano citada por la autora. A partir de la cita, el lector interesado pude ubicar el texto en la versión en castellano: Gertrudis de Helfta, Los Ejercicios. Traducción de la edición crítica por: Emmanuelle Laurent, ocso, Manuel Lahues y Enrique Mirones, ocso, Burgos, Ediciones Monte Carmelo, 2003 (Colección Biblioteca Cisterciense 12), ISBN 84-7239-798-X.
[5] Gertrude di Helfta, Le rivelazioni, vol. 1, ed. C. Tirone, Cantagalli, Siena 1983, pp. 78.140-141. N. de T.: He optado por traducir al español la versión en italiano citada por la autora. A partir de la cita, el lector interesado pude ubicar el texto en la versión en castellano: Gertrudis de Helfta: El Mensajero de la Ternura Divina. Experiencia de una mística del siglo XIII, Tomo I (Libros I-III). Introducción, traducción y notas: Daniel Gutiérrez Vesga, ocso, monje del Monasterio de la Oliva, Burgos, Ediciones Monte Carmelo, 2013 (Colección Biblioteca Cisterciense 41), ISBN 978-84-8353-539-4; Gertrudis de Helfta: El Mensajero de la Ternura Divina. Experiencia de una mística del siglo XIII, Tomo II (Libros IV-V). Introducción, traducción y notas: Daniel Gutiérrez Vesga, ocso, monje del Monasterio de la Oliva, Burgos, Ediciones Monte Carmelo, 2013 (Colección Biblioteca Cisterciense 42), ISBN 978-84-8353-540-0.
[6] Ejercicios Espirituales II, pp. 18-19 de la versión italiana.
[7] Le rivelazioni I,9, pp. 46-47 de la versión italiana.
[8] Ibid., II,1, p. 88 de la versión italiana.
[9] Ejercicios EspiritualesVII, p. 146 de la versión italiana.
[10] Ibid., IV, pp. 52-66 de la versión italiana.
[11] Para la concepción de la feminidad, cfr.: JUAN PABLO II, Carta apostólica Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988); S. GRYGIEL, Dolce guida e cara, Milano 1996, cap. 7.
[12] Ejercicios Espirituales III, pp. 25-26 de la versión italiana.
[13] Ibid., VI, p. 101 de la versión italiana (cf. Gn 2,23).
[14] Le rivelazioni II,5, p. 100 de la versión italiana.