LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO
Letra Pi (continuación)
ABBA PAMBO[1]
1. Había un anciano llamado Pambo, de quien se decía que pasó tres años pidiendo a Dios y diciendo: “No me glorifiques sobre la Tierra”. Y tanto lo glorificó Dios, que nadie podía mirarlo cara a cara, a causa de la gloria que tenía su rostro.
2. Unos hermanos vinieron un día adonde abba Pambo, y uno de ellos lo interrogó diciendo: “Abba, yo ayuno dos días, y después como dos panes, ¿estoy salvando mi alma, o me engaño?”. El otro dijo: “Abba, yo obtengo por el trabajo de mis manos dos monedas (lit.: keratía) cada día, me guardo un poco para el alimento y el resto lo doy para limosma. ¿Me salvaré o me perderé?”. Estuvieron rogándole durante mucho tiempo, y no tuvieron respuesta. Después de cuatro días, cuando ya estaban por retirarse, los clérigos los exhortaban diciendo: “No se entristezcan, hermanos, Dios les da el salario, esta es la costumbre del anciano: no hablar rápidamente, si Dios no lo inspira”. Entraron entonces adonde estaba el anciano y le dijeron: “Abba, ruega por nosotros”. Les dijo: “¿Quieren marcharse?”. Le contestaron: “Sí”. Y atribuyéndose a sí mismo sus obras y escribiendo sobre la tierra, dijo: “Pambo ayuna dos días, y después come dos panes, ¿se hace monje por esto? No. También Pambo trabaja por dos monedas y da limosna, ¿acaso se hace monje por esto? Tampoco”. Les dijo: “Son buenas las obras, pero si guardas la conciencia para con tu prójimo, entonces te salvarás”. Y ellos, satisfechos, partieron con alegría.
3. Cuatro escetiotas, vestidos con pieles, vinieron a ver al gran Pambo, y cada uno le dijo la virtud de su vecino, uno ayunaba mucho, el segundo era pobre, el tercero había adquirido mucha caridad. Del cuarto decían que vivía desde hacía veintidós años en la obediencia de un anciano. Abba Pambo les respondió: “Les digo, la virtud de éste es la mayor. Porque cada uno de ustedes, en la virtud que deseaba adquirir, lo ha hecho según su voluntad, pero éste, renunciando a su voluntad, hace la voluntad de otro. Estos hombres son mártires si perseveran hasta el fin”.
4. El arzobispo Atanasio de Alejandría, de santa memoria, rogó a abba Pambo que bajase desde el desierto a Alejandría. Cuando descendió, vio una actriz, y lloró. Como los que estaban allí le preguntaron por qué lloraba, dijo: “Dos cosas me han movido a ello; una, la perdición de esta mujer; otra, que no tengo tanta solicitud para agradar a Dios, como ésta a los hombres malos”.
5. Dijo abba Pambo: “Por gracia de Dios, desde que renuncié al mundo, no me he arrepentido por ninguna palabra que haya dicho”.
6. Dijo también: “El monje debe llevar tales vestidos, que si los tirase fuera de su celda durante tres días, nadie los tomara”.
7. Sucedió que abba Pambo viajaba con algunos hermanos por la región de Egipto y, viendo a unos seglares sentados, les dijo: “Levántense, saluden a los monjes, para que los bendigan, porque ellos hablan constantemente con Dios, y sus bocas son santas”.
8. Contaban acerca de abba Pambo que estaba moribundo y, en la misma hora de su muerte, dijo a los santos hombres que estaban de pie junto a él: “Desde que vine a este lugar en el desierto, y me edifiqué la celda y habité en ella, no recuerdo haber comido pan sino con el trabajo de mis manos, ni me arrepiento de alguna palabra dicha hasta ahora. Y sin embargo voy a Dios como quien no ha comenzado todavía a servir a Dios”.
9. Tenía sobre muchos que si era interrogado sobre una palabra de la Escritura o una palabra espiritual, no respondía en seguida sino que decía desconocer esa palabra. Y si le preguntaban todavía más, no respondía.
10. Dijo abba Pambo: “Si tienes corazón, puedes salvarte”.
11. El presbítero de Nitria le preguntó cómo deben vivir los hermanos. El respondió: “En una gran ascesis, y guardando su conciencia sobre su prójimo”.
12. Decían acerca de abba Pambo: “Así como Moisés tomó la imagen de la gloria de Adán cuando su rostro fue glorificado, del mismo modo el rostro de abba Pambo brilló como un astro, y era como un rey sentado en su trono”. Así fue también para abba Silvano y abba Sisoes”.
13. Decían de abba Pambo que su rostro nunca sonreía. Cierto día, queriendo los demonios hacerlo reír, pegaron a un madero plumas de un ala, y se lo llevaban, haciendo ruido y diciendo: “Vamos, vamos”. Los vio abba Pambo y río. Los demonios comenzaron a bailar diciendo: “Oh, oh, se río abba Pambo”. Pero él les respondió diciendo: “No reí, sino que me burlé de su impotencia, puesto que son tantos para llevar un ala”.
14. Abba Teodoro de Fermo rogó a abba Pambo: “Dime una palabra”. Y con mucha dificultad, le dijo: “Teodoro, ve, ten misericordia con todos, porque la misericordia encuentra confianza en la presencia de Dios”.
ABBA PISTÓS[2]
1. Contó abba Pistós: «Fuimos siete anacoretas a ver a abba Sisoes, que vivía en Clysma, y le rogamos que dijese una palabra. Y dijo: “Perdónenme, porque soy un hombre inculto. Pero una vez fui a ver a abba Or y abba Atre; estuvo enfermo abba Or durante dieciocho años. Yo hice la metanía y les rogué que me dijeran una palabra. Y dijo abba Or: ‘¿Qué tengo para decirte? Ve, y haz lo que veas. Dios es de aquel que se acusa y se hace violencia en todo (cf. Mt 11,12)’. Abba Or y abba Atre no eran de la misma región, pero entre ellos reinaba gran paz, hasta su muerte. Era grande la obediencia de abba Atre, y mucha la humildad de abba Or. Pasé unos pocos días con ellos, observándolos. Y vi un gran milagro que hizo abba Atre. Les llevó alguien un pequeño pescado, y quiso abba Atre prepararlo para el anciano. Tenía el cuchillo y estaba cortando el pescado, cuando lo llamó abba Or, y dejó el cuchillo en medio del pescado y no cortó el resto. Admirado por su gran obediencia -porque no dijo: ‘Espera hasta que corte el pescado’-, pregunté a abba Atre: ‘¿Dónde encontraste tanta obediencia?’. Y me dijo: ‘No es mía, sino del anciano’, y me llevó consigo diciendo: ‘Ven, mira su obediencia’. Y tomando el pescado voluntariamente lo preparó mal, y lo presentó al anciano. Este lo comió, sin decir nada. Y le dijo: ‘¿Está bien, anciano?’. Y le respondió: ‘Está muy bueno’. Después le llevó un poco de alimento bien preparado, y le dijo: ‘Se echó a perder, anciano’. Y respondió diciendo: ‘Sí, lo has arruinado un poco’. Y me dijo abba Atre: ‘¿Ves que la obediencia es del anciano?’. Y me alejé de ellos, y traté de practicar de acuerdo a mi posibilidad lo que había visto”. Esto dijo a los hermanos abba Sisoes. Uno de nosotros le rogó diciendo: “Haznos la caridad, dinos también tú una palabra”. Y dijo: “El que obtiene mucha sabiduría cumple toda la Escritura”. Otro de los nuestros le preguntó entonces: “¿Qué es la peregrinación, padre?”, y respondió: “Callar, y decir en todo lugar al que llegues, nada tengo aquí. Esta es la peregrinación”».
ABBA PIOR[3]
1. Mientras el bienaventurado Pior trabajaba para alguien en la cosecha, se le avisó que tomara su salario, pero él, demorándolo, regresó al monasterio. Al volver el tiempo, fue a cosechar donde el mismo (hombre), y trabajaba con ardor; como no le dio nada, retornó a su monasterio. Se cumplió el tercer año, y concluyó el anciano el trabajo acostumbrado, y se retiró sin recibir nada. Y el Señor hacía prosperar la casa del hombre, por lo que, tomando el salario, fue por los monasterios buscando al bienaventurado. Apenas lo encontró, se echó a sus pies y le dio el salario, diciendo: “A mí el Señor me lo ha dado”. Pero él mandó que se lo entregaran al presbítero de la Iglesia.
2. Abba Pior comía mientras caminaba. Uno le interrogó diciendo: “¿Por qué comes de esta manera?”. Respondió: “No quiero comer como si se tratara de un trabajo, sino como si fuera algo accesorio”. A otro, que le preguntaba acerca de lo mismo, respondió: “Para que no sienta mi alma, mientras como, el placer corporal”.
3. Se hizo una vez en Escete una reunión acerca de un hermano que había pecado. Y los padres hablaban, pero abba Pior callaba. Después, saliendo, llenó de arena un saco, lo cargó sobre sus espaldas y poniendo un poco de arena en una bolsa pequeña, la llevaba delante suyo. Le preguntaron los padres qué significaba ésto, y respondió: “Este saco que tiene mucha arena son mis pecados, que son muchos y lo he echado a mis espaldas para no afligirme ni llorar por ellos. Y este pequeño es el de mi hermano, que tengo delante y me detengo a juzgarlo. No hay que hacer así, sino llevar delante mío los míos, y ocuparme de ellos, y rogar a Dios para que me los perdone”. Los padres se levantaron y dijeron: “Verdaderamente, éste es el camino de la salvación”.
ABBA PITIRION[4]
1. Dijo abba Pitirion, discípulo de abba Antonio: “El que quiere expulsar a los demonios, primero debe someter las pasiones. Porque el que quiere dominar un vicio, expulsa al demonio de éste. Junto a la ira, dijo, está el demonio: si expulsas la ira, es expulsado su demonio. Del mismo modo ocurre en cada una de las pasiones”.
ABBA PISTAMÓN[5]
1. Interrogó un hermano a abba Pistamón diciendo: “¿Qué he de hacer, puesto que me aflijo a causa de la venta de mis trabajos?”. Le respondió el anciano: “También abba Sisoes y los demás vendían el trabajo de sus manos; esto no es peligroso. Pero cuando vendas, di una sola vez el precio de cada objeto, si quieres rebajar algo el precio es cosa tuya. De esta manera encontrarás el descanso”. Le dijo después el hermano: “Si de otro modo obtengo lo necesario para mí, ¿quieres que me preocupe todavía por el trabajo manual?”. Y el anciano le respondió: “Aunque tengas lo suficiente no abandones el trabajo manual. Trabaja cuanto puedas, pero que sea sin turbación”.
ABBA PEDRO PIONITA[6]
1. Decían acerca de abba Pedro Pionita, de las Celdas, que jamás bebía vino. Cuando era anciano, los hermanos le prepararon un poco de vino mezclado con agua, y le rogaban que lo bebiese. Él les dijo: “Créanme, esto es para mí como un vino aromatizado”. Y se juzgaba a sí mismo por la bebida.
2. Dijo un hermano a abba Pedro, el discípulo de abba Lot: “Cuando estoy en mi celda, mi alma está en paz; pero si llega un hermano y me habla de las cosas exteriores, mi alma se turba”. Le dijo abba Pedro que abba Lot decía: “Tu llave abre mi puerta”. Preguntó el hermano al anciano: “¿Qué significa esa palabra?”. El anciano respondió: “¿Cuando alguien viene a ti le dices: ‘¿Cómo estás? ¿de dónde vienes? ¿cómo están los hermanos? ¿te han recibido o no?’, y después le abres la puerta al hermano, y oyes lo que no quieres?”. El hermano respondió: “Así es. ¿Qué debe hacer el hombre si viene a verlo un hermano?”. El anciano le respondió: “La compunción es la enseñanza absoluta. Donde no hay compunción no puede uno guardarse”. Dijo el hermano: “Mientras estoy en la celda, está conmigo la compunción; pero si alguien viene a mí o si salgo de la celda, ya no la encuentro”. Le dijo el anciano: «Es porque no se te dio en propiedad, sino en uso. Está escrito en la Ley: “Cuando compres un esclavo hebreo te servirá durante seis años, pero al séptimo lo dejarás libre. Si le das mujer para que se case, y tuviere hijos en tu casa, y no quiere alejarse por causa de su mujer e hijos, llévalo a la puerta de la casa, y le perforarás una oreja, y será esclavo para siempre” (Ex 21,2. 4-6)». El hermano preguntó: “¿Qué significa esa palabra?”. Le respondió el anciano: “Si el hombre se esfuerza en algo, según sus posibilidades, cada vez que lo necesite lo hallará”. Dijo el hermano “Hazme la caridad de explicarme esta palabra”. El anciano le contestó: “Ni el hijo desnaturalizado permanece en el servicio, ni el hijo legítimo abandona a su padre”.
3. Decían acerca de abba Pedro y abba Epímaco, que eran compañeros en Raitu, que una vez, mientras comían en la iglesia, los quisieron llevar a la mesa de los ancianos. Con mucha dificultad fue abba Pedro, solo. Cuando se levantaron, abba Epímaco le dijo: “¿Cómo has osado ir a la mesa de los ancianos?”. Él respondió: “Si me hubiese sentado con ustedes, los hermanos me hubieran rogado que bendijese primero, como más anciano, y estaría como el mayor de entre ustedes. Pero al ir con los Padres era el menor de todos, y el más humilde en el pensamiento”.
4. Dijo abba Pedro: “No hay que enorgullecerse si el Señor hace algo por nuestro medio, sino más bien dar gracias por haber sido encontrados dignos de su llamado”. Decía que conviene pensar de este modo en toda virtud.
ABBA PAFNUCIO[7]
1. Dijo abba Pafnucio: «Iba yo una vez de camino, y me perdí a causa de la niebla, y fui a dar cerca de una aldea. Vi allí a unos que vivían de modo inconveniente, y entonces me detuve y oré por mis pecados. Se presentó un ángel, armado con una espada, y me dijo: “Pafnucio, todos los que juzgan a sus hermanos mueren con esta espada. Tú, empero, no has juzgado, sino que te humillaste delante de Dios, como si hubieras pecado; por eso tu nombre está escrito en el libro de la vida” (Sal 68 [69],29)».
2. Decían acerca de abba Pafnucio que no bebía vino fácilmente. Yendo una vez de camino se encontró con una banda de ladrones, y éstos estaban bebiendo vino. El jefe de los ladrones lo conocía, y sabía que no bebía vino. Al verlo muy fatigado, tomó una copa de vino y, espada en mano, dijo al anciano: “Si no bebes, te mato”. Conoció el anciano que era voluntad de Dios que lo hiciese, y queriendo ganarse al hombre, tomó la copa y bebió. El jefe de los ladrones se inclinó ante él diciendo: “Perdóname, abba, porque te he apenado”. Y el anciano le respondió: “Confío en Dios que por esta bebida te harán misericordia en esta vida y en la futura”. El jefe de los ladrones dijo: “Confío en Dios que, a partir de este momento, no volveré a obrar mal”. Y el anciano se ganó a toda la banda, renunciando por Dios a su voluntad propia.
3. Dijo abba Pastor que abba Pafnucio había dicho: «Mientras vivieron los ancianos fui a verlos dos veces por mes, aunque yo residía a una distancia de doce millas[8], y les decía todos los pensamientos, y ellos no me respondían más que esto: “A cualquier lugar que vayas, no te midas, y tendrás el descanso”».
4. Con abba Pafnucio vivía en Escete un hermano, el cual era tentado de fornicación, y decía: “Aunque tomase diez mujeres, no saciaría mi deseo”. El anciano lo exhortaba con estas palabras: “No, hijo, es un ataque de los demonios”. Pero no quiso escucharlo, y se marchó a Egipto y se casó. Después de un tiempo, el anciano tuvo que subir a Egipto y se cruzó con él, que llevaba cestos de caracoles. El anciano no lo reconoció, pero el otro le dijo: “Yo soy aquel discípulo tuyo” Cuando el anciano lo vio en ese estado de indignidad, lloró y dijo: “¿Cómo abandonaste aquel honor y viniste al deshonor presente? ¿Has tomado verdaderamente diez mujeres?”. Él respondió gimiendo: “He tomado solo una, y padezco mucho para darle su pan”. El anciano le dijo: “Vuelve con nosotros”. Él contestó: “¿Hay penitencia, abba?”. El anciano dijo: “Sí”. Y dejando todo lo siguió y volvió a Escete, y por esta tentación se convirtió en un monje probado.
5. A un hermano que vivía en el desierto de la Tebaida le vino un pensamiento que le decía: “¿Por qué estás sentado sin dar fruto? Levántate, ve al cenobio y allí darás fruto”. Se levantó y fue adonde estaba abba Pafnucio, y le relató el pensamiento. El anciano le dijo: “Ve, siéntate en tu celda, y haz una oración por la mañana, otra por la tarde y otra por la noche. Cuando tengas hambre, come; cuando tengas sed, bebe; cuando tengas sueño, duerme; y permanece en el desierto y no obedezcas a este pensamiento”. Fue después a ver a abba Juan, y le contó las palabras que le había dicho abba Pafnucio. Respondió abba Juan: “No hagas ninguna oración con tal que permanezcas en tu celda”. Levantándose, se dirigió el hermano adonde estaba abba Arsenio, a quien refirió todo. El anciano le dijo: “Haz lo que te dijeron los Padres. Yo nada tengo que decirte fuera de ello”. Y se marchó satisfecho.
6. Amma Sara mandó decir a abba Pafnucio: “¿Acaso haces la obra de Dios permitiendo que tu hermano sea despreciado?”. Y le respondió abba Pafnucio: “Pafnucio está aquí para hacer la obra de Dios, y nada tiene que ver con persona alguna”.
ABBA PABLO[9]
1. Un Padre contó acerca de cierto abba Pablo, que era del Bajo Egipto pero vivía en la Tebaida, que tomaba en sus manos los escorpiones y las serpientes, y los partía por el medio. Los hermanos, postrándose ante él, le rogaron: “Dinos con qué haces esto, para obtener nosotros igual gracia”. Él respondió: “Perdónenme, Padres, pero si uno alcanza la pureza, todo le será sometido como lo fue a Adán cuando estaba en el paraíso, antes que transgrediera la ley”.
ABBA PABLO EL COSMETA[10]
1. Abba Pablo el cosmeta y Timoteo su hermano vivían en Escete, y muchas veces nacían disputas entre ellos. Dijo abba Pablo: “¿Hasta cuando hemos de seguir así?”. Le respondió abba Timoteo: “Ten caridad, sopórtame cuando te molesto, cuando tu me molestes, yo te soportaré”. Y obrando de este modo tuvieron tranquilidad por el resto de sus días.
2. El mismo abba Pablo y Timoteo eran cosmetas en Escete, y los hermanos los molestaban. Dijo Timoteo a su hermano: “¿Por qué seguimos en este oficio? No nos dejan en paz en todo el día”. Y respondió abba Pablo diciéndole: “Nos basta la calma (hesiquía) de la noche, si nuestra mente está vigilante”.
ABBA PABLO EL GRANDE[11]
1. Dijo abba Pablo el grande, de Galacia: “El monje que tiene en su celda los pequeños objetos que necesita, y sale para (sus) ocupaciones, es burlado por los demonios; yo mismo, en efecto, lo he sufrido”.
2. Dijo abba Pablo: «Estoy hundido en el fango hasta el cuello, y lloro en la presencia de Dios diciendo: “Ten piedad de mí”».
3. Decían acerca de abba Pablo que pasó la Cuaresma con una porción de lentejas y una vasija de agua, y con una sola estera que tejía y destejía, y así estuvo recluido hasta la fiesta (de Pascua).
4. Dijo abba Pablo: “Sigue a Jesús”.
ABBA PABLO EL SIMPLE[12]
1. El bienaventurado abba Pablo el simple, discípulo de san Antonio, contaba a los Padres este suceso: «Fui una vez a un monasterio para visitar y edificar a los hermanos, y después del acostumbrado coloquio, entraron en la santa iglesia de Dios para la sinaxis habitual. El bienaventurado Pablo observaba a los que entraban a la iglesia, para ver con qué espíritu se acercaban a la sinaxis, porque había recibido del Señor la gracia de ver cómo estaba cada cual en su alma, así como nosotros nos vemos los rostros. Entraron todos con los ojos luminosos y el rostro brillante, y el ángel de cada uno estaba alegre por él. Y dijo: “Pero vi a un negro, con el cuerpo totalmente oscurecido y con demonios a su lado, que lo agarraban y lo atraían hacia ellos y le ponían una argolla en la nariz; su santo ángel lo seguía de lejos, triste y abatido”. Entonces Pablo se puso a llorar, golpeándose el pecho con la mano, y se sentó delante de la iglesia, llorando amargamente por el que había visto de esa manera. Los hermanos, advirtiendo el extraño comportamiento del anciano, el súbito cambio a las lágrimas y la compunción, le pidieron insistentemente que les dijera por qué lloraba, puesto que pensaban que lo hacía por una falta común. Le pedían también que entrara con ellos a la sinaxis. Pero rechazándolos, Pablo permaneció sentado fuera, lamentándose por el que había visto en ese estado. Poco tiempo después, concluida la sinaxis, mientras salían todos, miraba otra vez Pablo a cada uno para saber cómo salían. Y vio al hermano aquel, el mismo que tenía antes el cuerpo totalmente ennegrecido y tenebroso, que salía de la iglesia con el rostro luminoso, el cuerpo resplandeciente, y seguido de lejos por los demonios, mientras su santo ángel estaba cerca suyo y se alegraba mucho por él. Pablo entonces exultó de gozo, y se puso a gritar bendiciendo a Dios: “¡Inefable filantropía y bondad de Dios!”. Corrió, y subiéndose a un lugar elevado dijo con voz fuerte: “¡Vengan y vean las obras de Dios, cuan temibles y admirables! (Sal 45 [46],9). ¡Vengan y vean a Aquel que quiere salvar a todos los hombres y que lleguen al conocimiento de la verdad! (1 Tm 2,4). ¡Vengan, adoremos y postrémonos ante Él! (Sal 94 [95],6), y digamos: ‘Sólo Tú puedes quitar los pecados’”. Acudieron todos rápidamente para oír lo que decía, y cuando estuvieron reunidos, relató Pablo lo que había visto antes de que entraran a la iglesia y lo que vio después, y pidió al hermano aquel que dijera la razón del cambio tan grande que Dios había obrado súbitamente en él. El hombre señalado por Pablo dijo, en presencia de todos, acerca de sí: “Yo soy un hombre pecador, que hasta ahora y desde hace mucho tiempo me he revolcado en la fornicación. Pero hoy, al entrar en la santa iglesia de Dios, escuché la lectura del santo profeta Isaías, o mejor de Dios que habla por él: ‘Lávense, purifíquense, alejen las maldades de su corazón de delante de mis ojos, aprendan a obrar bien; y aunque sus pecados sean como la grana, los blanquearé como la nieve, y si quieren y me escuchan, comerán lo bueno de la tierra’ (Is 1,16-19). Y yo -continuó el fornicador- conmovido en mi alma por las palabras del profeta, gimiendo en mí interior dije a Dios: ‘Tú eres Dios, y has venido al mundo para salvar a los pecadores (1 Tm 1,15); cumple en mí, pecador indigno, esto que has prometido por medio de tu profeta. Desde ahora te prometo, yo me obligo y de corazón te lo juro, que no volveré a cometer ninguna de esas malas acciones, sino que renuncio a toda maldad y desde ahora te he de servir con una conciencia pura (1 Tm 3,9). Hoy, oh Señor, y desde esta hora, recíbeme arrepentido y postrado ante Ti, y en lo sucesivo me abstendré de pecar’. Habiendo hecho estas promesas –dijo- salí de la iglesia, pensando en mi interior nunca más obrar mal ante Dios”. Al oírlo, los demás clamaron a Dios con una sola voz: “¡Qué grandes son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría!” (Sal 103 [104],24). Oh cristianos, conozcamos entonces por las divinas Escrituras y las santas revelaciones cuánta es la bondad de Dios para con los que acuden a Él sinceramente y corrigen en la penitencia sus faltas pasadas. Conozcamos como da otra vez los bienes prometidos, sin exigir satisfacción por los pecados anteriores, y no desesperemos de nuestra salvación. Como lo ha prometido por el profeta Isaías, lava a los que están envueltos en el lodo del pecado, los blanquea como lana y nieve, y los hace dignos de los bienes de la Jerusalén celestial; también, por el santo profeta Ezequiel nos aseguró con juramento que no nos perderá: “Vivo yo, dice el Señor, no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,32; 33,11)».
ABBA PEDRO DE DIOS[13]
1. Cuando Pedro, presbítero de Dios, oraba junto a otros, si lo obligaban a ponerse al frente a causa del sacerdocio, se retiraba por humildad hacia atrás, diciendo: “Como está escrito en la Vida de abba Antonio”. Y haciéndolo así, no entristecía a nadie.
ABBA PALADIO[14]
1. Dijo abba Paladio: “El alma que se esfuerza según Dios, debe aprender fielmente lo que no sabe o enseñar con seguridad lo que sabe. Pero si pudiendo, no quiere hacerlo, está loca. Porque el principio de la apostasía es el desgano por la doctrina y el disgusto por la palabra, de la cual siempre tiene hambre el alma amante de Dios”.
[1] “En la Historia Lausíaca (cap. 10), Paladio habla sobre todo de la muerte de Pambo, acaecida en el año 373, en presencia de Melania la Anciana. El abba tenía entonces 70 años. Había nacido, por tanto, en el 303 y fue uno de los primeros compañeros de Amún en el desierto de Nitria. Era sacerdote y estuvo en contacto con Antonio y Macario. Abba Pastor también lo conoció y habla de él en tres ocasiones (sentencias 47, 75 y 150). Varios de los siguientes apotegmas provienen de la Historia Lausíaca” (Sentences, p. 262).
[2] “Este apotegma se encuentra en las obras del abad Isaías (Logos 30,6A), donde vemos que la palabra pistós era primitivamente no un nombre propio sino un adjetivo para calificar la veracidad del hermano que narra la visita al abad Sisoes. La sentencia estaría, por tanto, mejor ubicada en la serie de dichos de Sisoes que encontraremos más adelante” (Sentences, p. 265).
[3] Pior se habría hecho monje muy joven junto a san Antonio; luego, siguiendo el consejo de éste, se retiró a la soledad entre Escete y Nitria. Vivió muchos años una vida muy austera y comenzando cada día como si fuera el primero (Sentences, p. 266).
[4] “Este apotegma de Pitirion (Pityrion) ha sido tomado de la Historia monachorum in Aegypto (cap. 15), donde se dice que el anciano fue el sucesor de Ammonas al frente de los monjes de Pispir” (Sentences, p. 268).
[5] Nada sabemos de este anciano, cuyo nombre no aparece en ninguna otra parte (cf. Sentences, p. 268).
[6] “Vivió en Las Celdas. Pero pudo haber sido discípulo de abba Lot en Escete. Sin embargo, es poco probable que se identifique con el compañero de Epímaco en Raitu” (Sentences, p. 269).
[7] «Pafnucio, que significa “Puerta - Dios”, era un nombre muy común en Egipto. Lo encontramos a menudo en la antigua literatura monástica, a veces con un sobrenombre: Pafnucio Céfalas (Antonio 29; Matoes 10; Historia Lausíaca, cap. 47); Pafnucio Búbalo (o: Búfalo, por su amor a la soledad), monje y sacerdote de Escete, varias veces mencionado por Casiano (Conferencias, III,1; IV,1; XVIII,15; XIX,9); Pafnucio el Sindonita (Dióscoro 3, según la colección etíope de los Apotegmas). Paladio menciona también a un Pafnucio discípulo de Macario de Alejandría (Historia Lausíaca, 18) y un Pafnucio “Escetiota “ a quien Melania encontró en el desierto de Nitria (Historia Lausíaca, cap. 46). Además conocemos a un Pafnucio anacoreta de Heraclea, en la Tebaida, mencionado en la Historia monachorum in Aegypto (cap. 14, del texto griego, y cap. 16 de la versión latina). Por lo que resulta imposible saber exactamente a quién atribuir cada uno de los apotegmas reunidos aquí» (Sentences, pp. 270-271).
Sin embargo, el P. Jean-Claude GUY, sj, ha presentado la siguiente semblanza biográfica: «Pafnucio comenzó su vida por un período cenobítico (Casiano, Conferencias [Conf.], XVIII,16,7); no se sabe dónde. Pero no pudo resistir mucho tiempo su deseo de soledad y se entregó con tal ardor a ella que, entre los anacoretas, se lo llamó Búbalo, es decir, “el búfalo salvaje” (Conf. III,1,1). En Escete, aunque en ocasiones lleva el título de discípulo de Macario (Macario 28 y 37), de hecho perteneció a la escuela del sacerdote Isidoro de quien, una vez ordenado sacerdote, devino el sucesor ( (Conf. XVIII,15,2-8). Parece haber gozado de una especial autoridad: nombró a Juan ecónomo de Escete (Casiano, Instituciones, 5,40,1), hizo ordenar sacerdote a Daniel para que pudiera sucederlo ( (Conf. IV,1,1-2), no concedió sino con gran dificultad la sepultura religiosa a Herón que se había suicidado (Conf. II,5,4). Fue él sobre todo quien hizo admitir en su entorno la Carta festal de Teófilo que, según Casiano, rechazaron los otros tres grupos escetiotas (Conf. X,2,3; 3,2 y 4). Por su parte, los apotegmas subrayan especialmente su actividad como padre espiritual. Uno de sus discípulos, vencido por la fornicación, deja Escete: Pafnucio va a Egipto a buscarlo, lo encuentra y lo lleva de regreso (Pafnucio 4). Eudemón dirá más tarde que, todavía joven adolescente, quiso instalarse en Escete, pero Pafnucio, el “padre de Escete”, no se lo permitió, diciendo: “No quiero que haya en Escete un rostro de mujer, por el combate del enemigo” (Eudemón 1. Sin duda intervenciones de este género le valieron la queja de amma Sara, según se lee en Pafnucio 6). Se comprende entonces la gran reputación de la que gozaba en los ambientes monásticos, incluso fuera de Escete. Una vez vino un hermano de la Tebaida a consultarlo (Pafnucio 5); en otra ocasión tres ancianos le fueron a pedir una palabra (Matoes 10). Para la Historia Lausíaca (cap. 47), eran Paladio, Albino y el gran Evagrio que fueron a interrogarlo sobre el destino de los monjes. Casiano incluso llega a atribuir a Antonio, al menos indirectamente, la vocación de Pafnucio (Conf. III,4,3). En síntesis, como lo dirá más tarde Pastor: “Abba Pafnucio era grande” (Pastor 190; cf. Conf. III,1,1). Sin embargo, es muy difícil ofrecer datos cronológicos seguros. El hecho de que haya sido discípulo de Isidoro permitiría situar su período de madurez hacia 360-400. Murió muy anciano. Paladio escribe, en efecto, que durante 79 años no tuvo dos túnicas (Historia Lausíaca, cap. 47), y Casiano afirma que hasta muy avanzada su ancianidad, estuvo en la misma celda, a unos ocho kilómetros de la iglesia; y que con noventa años, todavía rehusaba que los jóvenes le proveyesen el agua (Conf. III,1,1)» (SCh 387, pp. 59-61).
[8] Un poco más de 19 kilómetros.
[9] Numerosos son los “Pablos” mencionados en los apotegmas, el P. Guy había elaborado una lista, que podríamos llamar básica, con al menos 13 monjes con dicho nombre (cf. SCh 387, pp. 53-54). Éste fue “monje en la Tebaida, originario del Bajo Egipto, y no debe confundirse con el célebre Pablo de Tebas de quien san Jerónimo escribió la vida” (Sentences, p. 273).
[10] “Pablo y su hermano Timoteo eran cosmetas en Escete. ¿Cuál era su trabajo que les provocaba tales dificultades? Probablemente se desempeñaban como peluqueros, ya que los monjes egipcios usaban generalmente el cabello corto (cf. Historia monachorum in Aegypto, cap. 8,59), y cada uno no tenía modo de cortárselo” (Sentences, p. 273).
[11] «Originario de Galacia, este Pablo llamado “el Grande” es sin embargo desconocido fuera de estos apotegmas» (Sentences, p. 274).
[12] “La vocación de Pablo el Simple es contada detalladamente en la Historia Lausíaca, cap. 22, y en la Historia monachorum in Aegypto, cap. 24. Pero ignoramos el origen de este apotegma que narra cómo el santo anciano tenía el don de ver el estado de las almas y los demonios” (Sentences, p. 275).
[13] “Este apotegma de Pedro de Dios es uno de los pocos que sólo se encuentran en la Colección Alfabética. Dios es Dióspolis, ya sea Dióspolis Magna, es decir Tebas, ya sea Dióspolis Parva, es decir Hu (o Hut), a menudo mencionada en los documentos pacomianos” (Sentences, p. 277).
[14] Este apotegma, atribuido a Paladio (+ hacia 430?), autor de la Historia Lausíaca, no se encuentra en la edición de Cotelier.