Detalle del cuadro: Virgen de la Soledad rodeada de santos, anónimo, Templo de La Soledad, D.F., México.
Bernard Sawicki, OSB[1]
1.2 El amor (en El Mensajero de la Ternura Divina)
Aquí, dada la riqueza y el carácter de las imágenes y metáforas usadas en el texto[2], el perfil se presenta diverso: los parámetros que funcionaban como segundo nivel en la Filocalia (fin, modo y efecto) constituyen aquí el primer nivel, mientras que el segundo nivel presenta diversos temas que pueden clasificarse como aspectos del amor. La diferencia en la construcción de estos perfiles resulta también de la relación entre el corazón y el amor. En la tradición espiritual, el corazón es un concepto bastante amplio, que enfoca una serie de aspectos de la vida espiritual, y paradojalmente, no se refiere simplemente (por no decir banalmente) al amor[3]: el amor más bien se transparenta discretamente a través de todas las demás «actividades» del corazón.
En cambio, en el texto de Gertrudis, el amor, analizado en sí mismo, es un concepto más unívoco y su riqueza es más convergente e integradora. Esto se debe, sin duda, a la presencia explícita y fuerte de Jesús en el texto de Gertrudis. Él es su interlocutor principal y el protagonista de la obra de la que hablamos. Por eso el amor, aun siendo uno, tiene aquí dos vertientes: tenemos el amor de Jesús y el de Gertrudis, dos realidades que están en continuo diálogo entre sí, un diálogo que es más bien un juego, una danza, que lleva finalmente a la unión amorosa. La Filocalia, en cambio, relata sobre todo el amor dirigido hacia Dios. El amor que Gertrudis experimenta y relata tiene un fuerte carácter eclesial y soteriológico, seguramente como resultado del intenso contexto litúrgico del que su obra se compenetra. Solo en esta clave se debe leer «la finalidad» del amor gertrudiano: este es el secreto escondido, a veces revelado por el Espíritu Santo: la obra de la redención, el contacto personal íntimo expresado a través de la herida de amor, el camino de purificación que conduce a la unión con Jesús, la consolación recibida de Él, pero también ofrecida por Él. Este amor tiene varias modalidades «operativas»: una cierta violencia (flechas enviadas por Dios, o bien un huracán, enviado para hacer rezar); la experiencia de la muerte, de la locura, el empeño (provocado por las pruebas y consistente en esfuerzo, paciencia y súplica perseverante), los celos (zelo), la humildad y las lágrimas. Pero tenemos también algunas experiencias «extáticas» (como la embriaguez de amor, caricias de amor, intercambio de corazones); como también, momentos de salida hacia los demás (la misión de anunciar el amor, la compasión). Al final del recorrido del amor diseñado por santa Gertrudis se llega a los efectos concretos y prospectivos, que siempre se refieren a Dios: quien ama se transforma en un templo, experimenta las delicias de Dios, la unión con Él, lo conoce, recibe la gracia y entra en el ambiente de su belleza.
La obra «El Mensajero de la Ternura Divina» nos ofrece vastas descripciones de los dos temas que presenta también la Filocalia: el ardor y la dulzura. Ambos tienen carácter metafórico, apropiado para transmitir la finalidad última y definitiva del amor: el ardor se refiere al estado de la persona que ama y de su corazón: quien ama arde de amor y se vuelve llama, es transformado y absorbido por el fuego, resuena y vibra interiormente con calurosa ternura, emite rayos y luces de colores, quema y es consumido. La dulzura, en cambio, no se describe con tanto detalle; se presenta simplemente como la perspectiva de la felicidad de estar finalmente con Dios: es el atributo de Dios, emana de Dios y caracteriza todo el desarrollo del amor y su eficacia.
El enfoque gertrudiano del amor está, por lo tanto, inseparablemente ligado a la relación íntima con Jesús, es su camino y su finalidad. La actividad humana se desarrolla y estimula siempre en referencia a Jesús: todo está penetrado de su gracia y los esfuerzos humanos están siempre marcados por su presencia.
1.2.1 La finalidad del amor
El amor, como fruto del Espíritu Santo, permanece escondido y secreto[4], manifestándose a las almas elegidas[5]. Obviamente uno de sus fines más claros es la obra de la redención. Santa Gertrudis muestra varias configuraciones en las que el amor se entrelaza con la redención, pero también con otros atributos de Dios, como la justicia[6]. El amor de Dios se entrama en las acciones humanas: «Nadie se salva sin amor de Dios, del que debe tener algo, aunque sea mínimo, para que, por amor de Dios, se arrepienta y se abstenga del pecado»[7]. El amor transforma la vida[8], moviendo a la penitencia, vence el mal[9] y tiene un carácter comunitario[10]. En los escritos de santa Gertrudis el amor es siempre uno y el mismo, aunque sea experimentado por dos personas: Jesús y ella. Ambos experimentan y relatan la misma historia. Purificar el corazón significa ofrecerlo a Jesús, que puede purificarlo. Así también el amor une a Jesús[11] y a la Santísima Trinidad[12]. Este deseo de unión con la persona amada es igual para ambas partes, ya que también Jesús quiere unir a Gertrudis consigo[13], para calmar sus penas y sus dolores «con el ternísimo susurro de palabras amorosas»[14].
1.2.2 El modo de obrar del amor
Para santa Gertrudis, monja de tradición benedictina, el amor de Jesús tiene un carácter sacramental[15]. Este amor conoce también los afectos humanos. Como Dios en el Antiguo Testamento, Jesús está pronto a hacer todo por su amada, y también puede sentir celos:
«Cuando tú quieres coger alguna cosa extiendes tu mano, y, una vez tomado lo que deseas, vuelves tu mano hacia ti. De la misma manera yo, que te sigo desfallecido de amor, cuando te entregas a las cosas exteriores extiendo mi Corazón hacia ti para atraerte a mí»[16].
El amor es también humilde. Actúa por la humildad, pero también la suscita. Jesús dice a Gertrudis: «No puedo contenerme de ninguna manera cuando con tan fuertes cuerdas de humildad atrae mi Corazón divino hacia sí»[17]. La humildad cuesta, pero -como promete Jesús- lleva «la fuerza de la victoria»[18], porque nos une con su amor[19] que es servil[20]. Cuando permanecemos en nuestra debilidad no podemos soportar la visión de estas maravillas del amor[21].
Continuará
[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] La caracterización completa de la extensión del concepto de «corazón» en la tradición de la Filocalia se encuentra en la obra de Lanfranco Rossi, I filosofi greci padri dell’esicasmo, Editorial «Il leone verde», Turín 2000, 218-22.
[4] «El Espíritu Paráclito distribuidor de todos los bienes, que sopla donde quiere (cf. Jn 3,8), como quiere y cuando quiere, muy oportunamente busca el secreto para comunicarse y establece la manera más apropiada para expresar sus comunicaciones en orden a la salvación de las almas» (Legatus Divinae Pietatis I, Prólogo. En adelante se cita L seguido de número romano para indicar el de libro, y números arábigos para indicar sucesivamente capítulo y parágrafo. La versión en castellano se toma de: Santa Gertrudis de Helfta, El Mensajero de la Ternura Divina. Experiencia de una mística del siglo XIII, Tomo I: Libros 1-3, y Tomo II: Libro 4-5, Monte Carmelo, Burgos 2013, y se cita respectivamente como: MTD I, y MTD II seguidos de número de página. Aquí: MTD I, 57).
[5] «El Señor la eligió como especial instrumento para comunicar por medio de ella los secretos de su benignidad» (L I 2,1; MTD I, 70).
[6] «Me aconsejó coger con tierna devoción el amor de tu Corazón pendiente de la cruz. Que de aquel agua de caridad que brotó del ardor de tan inefable amor, tomara el agua de la devoción para purificación de todos los pecados; de aquel licor de ternura que produjo la dulzura de tan inestimable amor, tomara la gratuidad de la unción contra todo mal; y finalmente, de la eficacia de aquella caridad que produjo la fortaleza de tan incomprensible amor, aplicara los ligamentos de la justificación, y así con la firmeza de tu amor dirigir hacia ti todos mis pensamientos, palabras y obras, para adherirme indisolublemente a ti». (L II 5,3; MTD I, 149).
[7] L III 30,29; MTD I, 316.
[8] «Experimentó también [Gertrudis] cómo los violentos latidos de su corazón provocados por el deseo, el amor y la angustia de la muerte, pulsaban con ímpetu redoblado aquel Corazón dulcísimo y lleno de felicidad. Su impetuosidad la dominaba de tal manera que parecía iba a desplomarse» (L IV 25,5; MTD II, 136).
[9] «La mejor paz consiste en vencer el mal con el bien. Cuando alguien no deja de hacer lo que redunda en mayor alaban de Dios, vence y aplaca a los malvados con la benevolencia y las acciones delicadas; de este modo se gana al prójimo. Si no consigue nada, no pierde por ello su recompensa» (L I 15,2; MTD I, 122).
[10] «Tu amante misericordia no puede permitir que yo perezca, ni el esplendor de tu justicia puede consentir que me salve al haber sido tan descuidada; vuestra providencia quiso para mí que, al participar en los dones de muchos, estos revertieran en beneficio de cada uno» (L II 20,6; MTD I, 190-191).
[11] «Señor, te ofrezco mi corazón con toda mi voluntad, desasido de toda criatura; te pido lo laves con el agua poderosa de tu santísimo costado y dignísimamente lo adornes con la preciosa sangre de tu tiernísimo Corazón y lo acoples debidamente con el perfumado aroma del aliento de tu amor divino» (L III 30,2; MTD I, 303).
[12] «Por todo ello te rindo acciones de gracias en unión con aquel amor mutuo de la siempre adorable Trinidad» (L II 21,4; MTD I, 197).
[13] «Yo que soy tu Señor, tu amante fuerte y celoso, estoy contigo, sufro realmente en ti todas las contrariedades y dolores de tu corazón y de tu cuerpo […]. Los tambores, cítaras y demás instrumentos de dulce melodía, los regalos con los que eres homenajeada en este camino, son las diversas molestias y sufrimientos de tu enfermedad; me resultan dulcemente sonoros, halagan los oídos de mi benignidad para compadecerme de ti, e inclinan el afecto de mi divino Corazón a hacerte el bien y atraerte más y más hacia mí para unirme contigo» (L V 27,10; MTD II, 396-397).
[14] L III 63, 2; en MTD I, 389.
[15] «Brillarán ciertamente con gran gloria los que se acercan dignamente a la comunión. Pero […] una será la recompensa de los que se acercan a comulgar con gran deseo y amor; otra la de los que se acercan con temor y reverencia; y otra también la de los que se preparan para la comunión con diligencia y el ejercicio de las virtudes. No recibirá ninguna de estas recompensas quien se limita a celebrar por rutina» (L III 36,1; MTD I, 334).
[16] L III 26, 1; en MTD I, 293. Cf. también nota 13.
[17] L III 30, 39; en MTD I, 322.
[18] «Cuando atraigo hacia mí a mis elegidos con el aliento del gusto de la intimidad del amor, el que se obstina en su propio sentido pone un impedimento a sí mismo como el que se tapara la nariz con su vestido para no percibir la fragancia de los perfumes. Pero el que por mi amor renuncia a sus propios gustos para seguir el parecer ajeno, acrecienta sus méritos tanto más cuanto con más violencia actúa contra sí mismo. En esto no solo hay humildad sino también la fuerza de la victoria» (L III 87,1; en MTD I, 445).
[19] «Si después de esto, hace genuflexión en unión de aquel amor por el que yo, creador del universo, permití ser juzgado y sufrir para la redención de los hombres y […] permaneciendo de pie me alaba en unión de aquella confianza con la que yo, destruido el imperio de la muerte, me levanté victorioso, ascendí al cielo y exalté la naturaleza humana a la derecha del Padre; si tomando venia otra vez lee la antífona Salvador del mundo, en unión de aquel agradecimiento por el que todos los santos se congratulan glorificados por mi encarnación, pasión y resurrección [...] recibirá el sacramento de mi cuerpo» (L V 19,5; MTD II, 377).
[20] Jesús le prometió que: «El amor sería su servidor, y todos los que por afecto u otros servicios la atendieran por caridad durante la enfermedad, serían recompensados por la divina liberalidad; el mismo amor de Dios les atendería a ellos en su última enfermedad» (L V 29,5; MTD II, 404).
[21] Cf. L III 9,3; MTD I, 234.