Santa Gertrudis, Juan de Tinoco, óleo sobre tela, barroco novohispano, siglo XVIII, colección particular, México.
Bernard Sawicki, OSB[1]
1. Los perfiles de los conceptos de base (conceptos clave)
La elección de nuestros conceptos de base (conceptos clave) tiene un carácter de hipótesis[2]. Lo asumimos como punto de partida para comenzar el análisis de los conceptos y de su aplicación. Los resultados, es decir una línea común que relaciona nuestros textos, será la verificación de esta hipótesis.
1.1 El corazón en la Filocalia
El texto de la Filocalia contiene cuatro temas principales, que aparecen en el contexto del corazón: la atención (vigilancia), la lucha contra el diablo y el pecado, el esfuerzo arduo en la búsqueda de Dios y la pureza (transparencia) ante Dios. Además, hay dos temas «suplementarios», de otro carácter, también muy presentes en el texto de la Filocalia. Estos podrían definirse como «las perspectivas finales»: el ardor y la dulzura. A diferencia de los cuatro primeros temas, estos dos aspectos finales tienen un carácter más bien metafórico y conclusivo de los temas precedentes.
De cada uno de los cuatro temas principales ya mencionados se pueden distinguir tres aspectos «técnicos»: el fin, el modo de obrar y el efecto. Cada uno de los temas presenta un desarrollo espiritual que se desenvuelve en colaboración con la gracia y, al final, arriba a algunos objetivos concretos, como por ejemplo «tener el corazón en paz», «vencer el pecado en el corazón», «esforzarse en la búsqueda de Dios», «tener el corazón puro». Para alcanzar cada uno de estos objetivos, se requiere un método especial. Al final, cada uno de estos objetivos produce ciertos frutos que, en la mayor parte de los casos, siendo don de la gracia, difieren de las expectativas originales.
El tema de la «dulzura» no implica los tres aspectos arriba mencionados, porque la dulzura parece ser siempre el efecto final, concedido por Dios. El «ardor», en cambio, aparece sí como efecto, pero requiere también una modalidad: tanto para ser alcanzado como también, una vez obtenido. Tanto el «ardor» como la «dulzura» son dos conceptos que aparecen también en los escritos de santa Gertrudis. La perspectiva del corazón, tal como se presenta en la Filocalia, refleja una teología muy clara, típica del desarrollo espiritual de esta tradición: accesible a todos, concreta y discreta, ardua, pero también, al final, abierta a la gracia, que no es evidente, ni está garantizada, sino que es siempre bella y sorprendente, envuelta en el misterio de la presencia de Dios. La Filocalia es un texto de un carácter práctico y exhortativo, más que místico. Aun si se nos permite sentir el ardor de algunas descripciones o constataciones, esto raramente nos ofrece fragmentos explícitamente místicos. La relación personal e íntima con Dios, aunque es el objetivo del camino de la Filocalia, no aparece casi nunca directamente, de modo personalizado o íntimo. Más bien se usa el vocabulario bíblico, muy metafórico.
Luego de estas observaciones generales, enfocaremos cómo se presenta el tema del corazón en los textos de la Filocalia, tomando en consideración sólo sus aspectos distintivos del amor y de la misericordia. Los aspectos semejantes serán presentados en posteriores apartados.
1.1.2 Atención
La primera característica del corazón que podemos encontrar en la Filocalia es la «atención» (o la «vigilancia»), un motivo clásico de la espiritualidad monástica. Como ya se ha dicho, trataremos de analizar esta característica atendiendo a su objetivo, es decir la perspectiva que se presenta ante la persona que quiere seguir esta praxis, el modo de alcanzarla y su efecto final, que puede ser diverso del objetivo, porque incluye también los frutos de la gracia, que acompaña al esfuerzo.
1.1.2.1 El objetivo
La atención del corazón «custodia de todo mal»[3]. El Presbítero Hesiquio identifica la atención con la sobriedad y con la «paz silenciosa»[4], recomendándola a «quien lucha en lo íntimo de sí”»[5]. Sin vigilancia, el corazón experimenta «la intemperancia» y «el amor a la materia» y se queda expuesto «al torrente de las pasiones», que «vuelven descuidados al alma y al corazón, tenebrosos y torpes, y lo sacan de ese estado y de esa sensibilidad que le son propios por naturaleza»[6]. La atención es el modo natural de salvar el corazón[7], pues genera la contrición y la compunción, que alejan toda amargura y liberan de la malicia[8]. La atención puede ser también identificada en otra idea del Presbítero Hesiquio: «mirar siempre a la profundidad del corazón», que lleva a la hesiquía del intelecto, es decir al vacío de pensamientos[9].
1.1.2.2 El modo
La atención es una actividad continua, referida tanto al corazón como a los sentidos[10], a lo largo de toda la vida[11]. Quien se esfuerza en la atención debe escrutarse a sí mismo cada día, buscando las pasiones para expulsarlas[12]. La vigilancia puede ser también identificada con el «estar a la puerta del corazón», que Hesiquio vincula con la sobriedad, con la «constante solidez del pensamiento»[13]. Para llegar a este objetivo se debe permanecer siempre «profundamente silencioso»[14]. Se recomiendan también como medios «la confutación» y «la oración de Cristo»[15]. El corazón mismo debe ser dirigido «hacia la invocación de Jesucristo»[16], a fin de que lleguemos al «gozo dulce y entrañable» de la hesiquía[17].
1.1.2.3 El efecto
En la tradición de la Filocalia, los esfuerzos humanos siempre provocan la respuesta, más que generosa, de parte de la gracia divina. Filoteo Sinaíta dice que «el corazón bendito del hombre, sólidamente fijado en la sobriedad, se convierte en un cielo interior, con su sol, su luna, sus astros, y aborda al Dios Inaccesible por una ascensión y una visión misteriosas»[18]. Caminar en la sobriedad es lo que permite ver «los espléndidos fulgores de la gracia […] de lo alto»[19]. El silencio que, como ya hemos mostrado, sirve para conservar la atención, al final llega a ser un modo de vida, es decir, de estar en silencio, que es «el silencio ininterrumpido del corazón, de todo pensamiento: silencio que siempre, perenne e ininterrumpidamente respira e invoca a Cristo Jesús»[20].
Aquí, la actividad humana se funde con la acción de la gracia. «La fuerza del silencio del corazón y de la mente, donde se generan todas las virtudes» nos viene del Señor[21]. Hesiquio lo expresa con gran delicadeza, pero también con precisión:
«El invocar ininterrumpidamente a Jesús con un deseo lleno de dulzura y alegría es la causa por la que el cielo del corazón está lleno de alegría y de calma, lo que sigue a la atención suma [del corazón]. Pero la causa de la suma purificación del corazón es Jesucristo, Hijo de Dios y Dios, causa y artífice de todos los bienes»[22].
Con esta asistencia de la gracia, el intelecto se acerca al centro del corazón, donde puede gustar la bondad del Señor y, en efecto, ya no querrá alejarse de nuevo del lugar del corazón y entonces dirá también él las mismas palabras que dijo el Apóstol Pedro: «Es bueno estar aquí». Además, en este estado podrá repeler con éxito las tentaciones del diablo[23]. Gregorio Palamas recuerda que Macario mostraba también otro aspecto importante de la custodia del corazón: «Esto es lo que hace falta considerar para ver si la gracia ha grabado “las leyes del Espíritu”. ¿Dónde? En el órgano director, el trono de la gracia, allí donde se encuentran el espíritu y todos los pensamientos del alma, en resumen, en el corazón»[24]. El corazón juega un papel especial, por eso, reclama una atención particular. Todo esto resulta un hábito, adquirido a través de ejercicios arduos. Como se puede leer más adelante: «A aquellos que no tienen ningún conocimiento de esta obra salvífica, que no la conocen, les parece muchas veces fatigosa y penosa. Pero aquellos que han gustado su dulzura y han gozado del amado en la profundidad de su corazón, exclaman con el divino Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo”» (Rm 8,35)?[25]. Aún más claramente, Hesiquio propone esta intimidad con Jesús al escribir sobre la invocación de Jesucristo, Hijo de Dios: «Abrazada continuamente a Cristo mediante la invocación [de su nombre], a Él que conoce el secreto de los corazones, el alma trata de esconder a los hombres su propia dulzura y la íntima lucha, para que el Maligno no permita que la malicia crezca a escondidas, ni borre su bellísima actividad»[26].
Continuará
[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] «Si atiendes también a tu corazón, él mismo te custodiará de todo mal» (Filocalia, I,23, Isaías el Anacoreta, 6; en castellano: Filocalia I,90). En las citas se da primero la ubicación del texto en la edición crítica en inglés (tomada de: https://www.holybooks.com/wp-content/uploads/Philokalia.pdf [accesso: 28-04-2018]), indicando: Filocalia, seguida del número de volumen, luego el nombre del autor al que corresponde el fragmento, seguido del número de parágrafo de sus escritos, si tuviere, y, eventualmente, el título de la obra, si lo tiene. A continuación, se indica la ubicación del texto en la edición castellana. Se han usado dos versiones en castellano: 1. Nicodemo el Hagiorita y Macario de Corinto, Filocalia, vol. I, Lumen, Buenos Aires, 1998 (que se indica: Filocalia I, seguida de número de página); y 2. La Filocalia de la oración de Jesús. Selección de textos, Lumen, Buenos Aires 1979 (que se indica: La Filocalia, selección, seguido de número de página). Cuando el autor cita algún texto que no se encuentra en las versiones castellanas precedentemente mencionadas, se indicará: «la traducción al castellano es mía (N. de T.)».
[4] «La sobriedad es la vía de toda virtud y es un mandamiento de Dios, se la denomina también hesiquía del corazón [paz silenciosa]: alcanza la perfección mediante la ausencia de toda fantasía y es la custodia del intelecto» (Filocalia I,162-163, El Presbítero Hesiquio, 3; en castellano: Filocalia I,232).
[5] «Es necesario que quien lucha tenga, en lo íntimo, [...] atención, para hacer que nuestro corazón no tenga ningún pensamiento, aunque le parezca bueno» (Filocalia I,165, El Presbítero Hesiquio, 20; en castellano: Filocalia I,234-235).
[6] «Por la fuerza de la intemperancia y el amor a la materia, el torrente de las pasiones inunda la tierra del corazón y arrastrándolo hacia él, toda la podredumbre y el fango de los pensamientos produce confusión al intelecto, turbación a la mente y peso al cuerpo». (Filocalia IV,235 Gregorio del Sinai, Máximas utilísimas, 105; la traducción al castellano es mía, N. de T.)
[7] «Como el que hiere el corazón de una planta la hace secar, deberás saber que así le sucede al corazón del hombre. No deberás descuidar tu atención ni siquiera por un instante, ya que los ladrones no tienen pereza» (Filocalia I,175, El Presbítero Hesiquio, 78; en castellano: Filocalia I,246).
[8] «Como la insensibilidad, la ceguera y la dureza del corazón nacen generalmente del relajamiento, el disfrute y la vida feliz, así, de una vida continente y restringida nace la contrición y la compunción del corazón, el alejamiento de toda amargura y la dulce serenidad, puesto que sin contrición del corazón es imposible – se dice- liberarse de la malicia». (Filocalia IV,313 Gregorio Palamas, A la monja Xenia; la traducción al castellano es mía, N. de T.).
[9] «Es necesario trabajar para mantener la custodia de las cosas preciosas […]. Y estas cosas preciosas son: […] el mirar siempre hacia la profundidad del corazón, manteniendo siempre la hesiquía de nuestro intelecto, incluso respecto de los pensamientos que parecen ser buenos; teniendo cuidado de estar vacío de pensamientos, de modo que los ladrones no se escondan allí; y si, persistiendo, nos esforzamos en nuestro corazón, la consolación no estará lejos» (Filocalia I,180, El Presbítero Hesiquio, 103; en castellano: Filocalia I,250-251).
[10] «Permanece cerca de tu corazón, cuidando tus sentidos» (Filocalia I, 24, Isaías el Anacoreta, 12; en castellano: Filocalia I,91).
[11] «Te recomiendo, mientras estés en este cuerpo, no permitir que el corazón se abandone» (Filocalia I,25, Isaías el Anacoreta, 15; en castellano: Filocalia I,92).
[12] «Obsérvate a ti mismo y a tu corazón, hermano, obsérvate delante de Dios y busca si hay algo pasional en él. Si es así, échalo, para que no caiga sobre ti un espantoso decreto» (Filocalia I,26 Isaías el Anacoreta, 20; en castellano: Filocalia I,93).
[13] «La sobriedad es la constante solidez del pensamiento y se ubica en las puertas del corazón» (Filocalia I,163, El Presbítero Hesiquio, 6; en castellano: Filocalia I,232).
[14] «Otra forma [de conseguir la sobriedad] es tener el corazón profundamente silencioso siempre, en hesiquía, lejos de todo pensamiento. Y rezar» (Filocalia I,164, El Presbítero Hesiquio, 15; en castellano: Filocalia I,234).
[15] «Que no sea inoperante la continua atención del corazón y la sobriedad, la confutación y la oración a Cristo, nuestro Dios» (Filocalia I, 169, El Presbítero Hesiquio, 39; en castellano: Filocalia I,239).
[16] Filocalia I,180, El Presbítero Hesiquio, 105; en castellano: Filocalia I,251.
[17] «Recibimos amargura en el corazón mediante el veneno de los malos pensamientos, cuando somos arrastrados por el olvido a ser negligentes respecto de la atenta oración a Jesús, por mucho tiempo. Pero de nuevo recibimos un sentimiento de dulzura y una cierta suavidad de bendita exultación, cuando cumplimos con fuerza y buena voluntad lo antedicho, en el laboratorio de nuestra mente, con diligencia, por medio del amor divino. Es entonces que somos celantes en caminar por la hesiquía de nuestro corazón, aunque más no sea por el dulce placer y la felicidad que sentimos en nuestra alma» (Filocalia I,183, El Presbítero Hesiquio, 120; en castellano: Filocalia I,254).
[18] Filocalia II,26, Filoteo Sinaita, 27; en castellano: La Filocalia, selección, 117.
[19] «El que nació ciego no ve la luz del sol. Así, el que no camina por la sobriedad no ve los espléndidos fulgores de la gracia que provienen desde lo alto […]». (Filocalia I,163, El Presbítero Hesiquio, 4; en castellano: Filocalia I,232).
[20] Filocalia I, El Presbítero Hesiquio, 5; en castellano: Filocalia I,232.
[21] Cf. Filocalia I,179, El Presbítero Hesiquio, A Teodulo, 100; en castellano: Filocalia I,250.
[22] Filocalia I,177-178 El Presbítero Hesiquio, 91; en castellano: Filocalia I,248.
[23] La traducción de este texto es mía (N. de T.). «El camino verdadero y seguro de la tercera forma de atención y de oración [...] es este: que el intelecto guarde el corazón en el momento de la oración, siempre ande dentro del corazón y desde adentro, desde el fondo del corazón, eleve sus oraciones a Dios. Tan pronto como, desde el interior del corazón, haya probado que el Señor es bueno y haya tenido dulzura, el intelecto ya no querrá alejarse del lugar del corazón, y entonces también dirá las mismas palabras que dijo el apóstol Pedro: “Es bueno para nosotros quedarnos aquí”. Continuamente mirará allí al corazón y allí permanecerá echando fuera, y como persiguiendo todos los conceptos allí sembrados por el enemigo, el demonio» (Filocalia IV,70-71 Opúsculos en griego moderno, Las tres formas de oración. La traducción al castellano es mía, N. de T.).
[24] Filocalia IV,334, Gregorio Palamas, En defensa de los santos hesicastas (La traducción al castellano es mía, N. de T.)
[25] Ibid. (La traducción al castellano es mía, N. de T.)
[26] Filocalia I, El Presbítero Hesiquio, Discurso sobre la sobriedad, 5; en castellano: Filocalia I,232.