Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XI, capítulos 4-6)

Capítulo 4. Abba Queremón y su excusa sobre la enseñanza que le solicitamos

 

En presencia de Queremón

4.1. El beato Archebio quiso llevarnos ante todo a ver a Queremón[1], pues era el que estaba más cerca del monasterio y porque era más anciano que los otros dos[2]. Aunque había superado los cien años de edad, todavía tenía un espíritu vivaz, si bien su cuerpo se había curvado por completo por causa de la ancianidad y por las continuas oraciones, motivo por el cual caminaba apoyando las manos sobre la tierra, como si hubiera regresado a la primera infancia.

 

Una avanzada ancianidad

4.2. Apenas vimos su admirable rostro y su modo de caminar, aunque todos sus miembros estaban consumidos y como ya muertos, aún no había perdido la austeridad de su pretérita mortificación, y le pedimos humildemente una palabra y una enseñanza, diciéndole que nuestro deseo de una instrucción espiritual era la única razón de nuestra visita. Él suspiró fuertemente y dijo:

 

El anciano reconoce sus limitaciones

4.2a. [Queremón]: «¿Qué enseñanza podría darles alguien a quien la debilidad de la ancianidad ha relajado y le ha quitado la confianza para hablar?

4.3. ¿Cómo podré presumir de enseñar lo que yo mismo no hago, o instruir a algún otro en algo que reconozco que ya no practico, o que hago tibiamente? Por esta razón no he permitido hasta ahora que ningún joven habitara conmigo, para que su celo no se vea disminuido por mi ejemplo. Nunca será eficaz la autoridad del que enseña si no se fija con la fuerza de su ejemplo en el corazón de quien escucha».

 

Capítulo 5. Nuestra respuesta a su excusa

 

5. Un tanto sorprendidos por estas palabras así contestamos: [Casiano y Germán]: “No hay duda que la dificultad de este lugar y también tu misma vida solitaria, que apenas podría soportar un joven robusto, incluso aunque tú no hablaras, deberían ser más instructivas para nosotros que cualquier enseñanza e impulsarnos a la compunción. Sin embargo, te rogamos interrumpir un poco tu silencio e infundir sobre nosotros aquellas cosas por medio de las cuales también nosotros podamos abrazar esta virtud, más por la admiración que por la imitación, que vemos en ti. Y después, si la tibieza que se revela en nosotros no es merecedora de obtener lo que procuramos, que al menos el esfuerzo de un viaje tan largo nos lo obtenga. Puesto que nos apresuramos a venir aquí, desde los rudimentos del cenobio de Belén, con el deseo de ser instruidos por ti y ansiosos por progresar”.

 

Capítulo 6. La proposición de abba Queremón: los vicios se vencen de tres modos

 

Remedios contra los vicios

6.1. Entonces el beato Queremón dijo: «Hay tres cosas que contienen a los hombres de los vicios: el temor de la Gehena o de las leyes del mundo; la esperanza y el deseo del reino de los cielos; el afecto del bien en cuanto tal y el amor de la virtud. Porque leemos que el temor execra el contagio del mal: “El temor de Dios odia la maldad” (Pr 8,13). Asimismo, la esperanza excluye la incursión en todos los vicios: “Los que esperan en Él no pecarán[3]” (Sal 33 [34],23 LXX). También el amor igualmente no teme el daño de los pecados pues: “La caridad nunca acabará” (1 Co 13,8); y: “La caridad cubre una multitud de pecados” (1 P 4,8).

 

Fe, esperanza y caridad

6.2. Y por eso el beato Apóstol, resumiendo la esencia de toda la salvación en la consumación de estas tres virtudes, dice: “Ahora permanecen estas tres cosas: fe, esperanza, caridad” (1 Co 13,13). La fe es la que nos hace evitar el contagio de los vicios por el temor del juicio futuro y los castigos; la esperanza, apartando nuestra mente de las cosas presentes, desprecia todos los placeres del cuerpo con la expectación de los premios celestiales; la caridad es la que, encendiéndonos en el amor de Cristo y por el fruto de las virtudes espirituales por medio del ardor de la mente, nos hace detestar y odiar por completo toda cosa contraria. Aunque estas tres realidades parezcan tender a un único fin, invitándonos a abstenernos de lo que es ilícito, sin embargo, son muy diversas entre sí por lo que se refiere a su grado de excelencia.

 

La bondad de Dios

6.3. Las primeras dos, en efecto, son propias de los hombres que, si bien tendiendo al progreso, todavía no han concebido el afecto de la virtud; en cambio, la tercera pertenece de manera especial a Dios y a quienes han recibido en sí mismos la imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Porque solo Él hace lo que es bueno, no por temor o por la esperanza de una recompensa, sino solamente por amor de bondad. Como dice Salomón: “El Señor hizo todas las cosas por sí mismo” (Pr 16,4). Y justamente por causa de su bondad da con largueza la plenitud de todos los bienes a los dignos e indignos, pues las injurias y las iniquidades de los hombres no lo cansan ni lo disturban: su bondad permanece siempre perfecta y su naturaleza es inmutable.


[1] Para Queremón, ver PG 65,436 C y Paladio, Historia Lausíaca, 47,4. Si se trata del mismo abba mencionado por Casiano, sería entonces Queremón de Escete, que luego se habría trasladado al delta del Nilo (cf. Stewart, p. 223, nota 2).

[2] Los otros dos: abba Nesteros (Nisterõs) podría ser aquel llamado el Grande, amigo de san Antonio; cf. PG 65,305 C- 308 C y Stewart, p. 223, notas 3-7. En tanto que el otro anciano sería abba José Panephysis; ver PG 65,228 A-232 B y Stewart, p. 223, nota 8.

[3] El texto de la LXX dice: no irán al mal.