Capítulo 17. Pregunta sobre la comparación entre las siete naciones y los ocho vicios
17. Germán: “¿Por qué, entonces, son ocho los vicios que nos combaten, cuando Moisés enumera siete naciones que se oponen al pueblo de Israel? ¿Y cuál es la ventaja de poseer las tierras de los vicios?”.
Capítulo 18. Respuesta: de qué modo se alcanza el número de ocho pueblos según los ocho vicios
Este capítulo puede decirse que es netamente “origeniano”. Se inspira, por ejemplo, en la homilías del Alejandrino sobre los libros del Génesis y del Éxodo. En ellas hallamos casi todos los temas que Casiano nos ofrece.
El número de las naciones enumeradas en la Sagrada Escritura
18.1. Sarapión: «Que ocho sean los vicios principales que atacan al monje es una opinión indiscutible[1]. Pero no todas aquellas que, de modo figurado, son llamadas naciones se encuentran enumeradas en el Deuteronomio, porque Moisés, o mejor el Señor por su intermedio, hablaba a cuantos había dejado Egipto y habían sido liberados de un pueblo muy fuerte, es decir, los egipcios. Esta figura justamente se refiere también a nosotros, que, liberados de las ataduras de la gula del mundo, recocemos no incurrir en el vicio del estómago y de la gula.
Moderación en la práctica del ayuno
18.2. Y por esta razón ahora debemos combatir contra las restantes siete naciones, sin tener en cuenta a la primera, que ya hemos vencido. Cuya tierra no fue dada en posesión a Israel, sino que, por la sanción de un precepto del Señor, Israel la debe abandonar para siempre y no regresar. Y por esto los ayunos deben ser moderados, para que no suceda que, por la inmoderación de la abstinencia, se contraiga una debilidad o una enfermedad de la carne, y de nuevo se retorne a la tierra de Egipto, es decir, a la gula prístina o la concupiscencia de la carne, que habíamos abandonado al renunciar a este mundo. Esto es lo que figuradamente sufrieron aquellos que, saliendo al desierto de las virtudes, de nuevo desearon las ollas de carne junto a las cuales se sentaban en Egipto (cf. Ex 16,1-3).
19. Por qué se dio la orden de abandonar a solo un pueblo, y, en cambio, destruir a los otros siete
El tema que nos presenta este capítulo lo hallamos ya magníficamente desarrollado en una de las respuestas que san Basilio daba a los monjes que le preguntaban sobre la templanza:
“La llamamos templanza del ayuno[2], no porque sea una abstinencia absoluta de alimento, lo cual equivale a destruir violentamente la vida, sino porque se conforma no con lo superfluo[3], sino con lo necesario para la vida, rehuyendo lo que es agradable y dando al cuerpo solamente lo necesario. Y para decirlo brevemente: la virtud de la templanza consiste en abstenerse de todo lo que la pasión de la concupiscencia requiere. Por tanto, la virtud de la templanza se reconoce no sólo en el modo de tomar los alimentos, sino también en la abstención de todas las cosas que dan placer, pero dañan nuestra alma”[4].
Para fundamentar su presentación Casiano recurre principalmente a algunos textos paulinos. La necesidad de alimentarnos no se puede eliminar, solo es posible ordenarla y contenerla dentro de ciertos límites.
No se puede suprimir el deseo de alimentarse, pero es necesario controlarlo
19.1. Sin embargo, no se ordenó destruir por completo aquel pueblo en el que habían nacido los hijos de Israel, sino solo abandonar su tierra; en cambio, se ordenó aniquilar a filo de espada a los otros siete. La razón de esto es: que por grande que pueda ser el ardor espiritual que nos ha inflamado y nos ha hecho ingresar en el desierto de las virtudes, nunca podremos prescindir de la vecindad y del servicio de la gula[5], y de un comercio cotidiano, por así decir, con ella. Siempre, en efecto, vivirá en nosotros el deseo de comer y del alimento, porque es ingénito y natural; si bien debemos apresurarnos a cortar sus apetitos y deseos superfluos, de modo que todas las cosas que no puedan ser eliminadas hay que evitarlas con cierta aversión[6].
Satisfechos con lo necesario para vivir cada día
19.2. Sobre esto, en efecto, se dice: “No fomenten el cuidado de la carne con sus deseos” (Rm 13,14). Mientras estamos con este cuidado, que se nos ordena no abandonar por completo, sino mantener el impulso sin sus deseos, evidentemente no destruimos la nación egipcia, sino que nos separamos de ella con cierta discreción, sin pensar en alimentos superfluos y ostentosos, sino, como dice el Apóstol, contentos con el alimento y el vestido cotidiano (cf. 1 Tm 6,8).
Siete vicios que debemos extirpar por completo
19.3. Así, esto asimismo es mandado de modo figurado en la Ley: “No abominarás al egipcio, porque fuiste habitante en su tierra” (Dt 23,8). No se puede negar el alimento necesario para el cuerpo, sin producirle un daño y perjudicar el alma. Pero los movimientos de aquellas siete perturbaciones, dañinos en todas sus formas, deben ser erradicados por completo de nuestras almas. Pues sobre ellos se dice: “Sea arrancada de ustedes toda amargura, ira, indignación, clamor, blasfemia, junto con toda suerte de maldad” (Ef 4,31); y de nuevo: “No se nombre entre ustedes la fornicación, cualquier clase de impureza o avaricia; ni tampoco la obscenidad, ni las palabras necias, ni las bufonerías” (Ef 5,3-4).
Imposible, en esta vida, eliminar la necesidad de la alimentación
19.4. Nosotros, sin duda, podemos arrancar las raíces de estos vicios que se han añadido a nuestra naturaleza, pero no podremos amputar la gula[7]. Porque es imposible, a pesar de los progresos que hagamos, dejar de ser lo que somos por nacimiento. Que esto sea así se muestra por la vida y la conducta de nuestras exiguas personas como también por las de todos los perfectos. Cuando estos consiguen eliminar los estímulos de las otras pasiones y procuran con ansía el desierto con toda su mente y con la desnudez del cuerpo, sin embargo, no se pueden liberar de la preocupación por el alimento cotidiano ni de la preparación del pan para todo el año.
Capítulo 20. Sobre la similitud de naturaleza de la gula comparada con la del águila
Este capítulo y el siguiente subrayan, con particular energía, la imposibilidad total de eliminar la necesidad de la alimentación en el ser humano. Son llamativas las comparaciones que elige nuestro Autor en su argumentación.
20. La figura de esta pasión, por la que es asaltado incluso el monje espiritual y más perfecto, se designa muy apropiadamente con la semejanza del águila. Ésta, aunque se eleva en un vuelo sublime más allá de las nubes[8], y desaparece por completo de la faz de la tierra, invisible para todo ojo mortal, sin embargo, se ve compelida por el hambre a descender a lo profundo de los valles, a abajarse hacia la tierra e implicarse con los cadáveres de animales. De esto se comprueba de forma manifiesta que el espíritu de la gula, a diferencia de los otros vicios, no puede ser extirpado ni eliminado totalmente, sino que sus aguijones y deseos superfluos solo pueden ser contenidos y moderados por medio de un ánimo virtuoso.
Capítulo 21. Sobre la persistencia de la gula disputada con unos filósofos
En la Historia Lausíaca leemos un texto que tiene cierta semejanza con el que ofrece este capítulo:
«En una de sus frecuentes peregrinaciones Serapión arribó a Grecia, y en los tres días de estancia en Atenas nadie quiso darle un pedazo de pan: en realidad no llevaba dinero, ni alforja, ni melota, ni nada. El cuarto día tuvo mucha hambre. Y el hambre involuntaria es terrible, sobre todo si va acompañada de falta de crédito.
Subió a una pequeña colina de la ciudad, donde se congregaban las autoridades y personas distinguidas de la población y empezó a lamentarse dando palmadas y gritando: “¡Atenienses, auxilio!”.
Mucha gente envuelta con el manto raído de filósofo y con la casaca campesina se dirigió apresuradamente a él, y le preguntaron: “¿Qué tienes? ¿De dónde eres? ¿Qué et pasa?”. “Soy egipcio -les respondió-; que desde que me alejé de mi verdadera patria, he caído en manos de tres usureros. Dos de ellos, desinteresados de su crédito, me han dejado ya, puesto que no puede reclamar nada; pero el tercero no quiere dejarme”. Aquellos, ávidos de saber quiénes eran los usureros para hacerles ceder, le preguntaban: “¿Dónde están y quiénes son? ¿Quién es el que te importuna? Enséñanoslo para que podamos ayudarte”.
Entonces él les dijo: “Desde mi juventud me han importunado la avaricia, la glotonería y la lujuria; he conseguido deshacerme de dos; la avaricia y la lujuria, estas ya no me molestan; pero no puedo deshacerme de la tiranía del hambre. Hace cuatro días que no he comido nada y el estómago no deja de acosarme y exigir su deuda habitual, sin lo cual no puedo vivir”…»[9].
El anciano presenta la cuestión por medio de una comparación
21.1. Cuando un anciano disputaba con algunos filósofos sobre la naturaleza de este vicio, que por su simplicidad creían poder tratarlo como a un rústico, él se expresó elegantemente presentando esta cuestión por medio de una imagen: “Mi padre, dijo, me dejó comprometido con muchos acreedores. Me liberé de las trabas judiciales pagándoles íntegramente a todos, excepto a uno, al que no puedo satisfacer ni siquiera pagando cotidianamente”.
Los filósofos no comprenden la comparación
21.2. Y cuando aquellos, ignorando cómo resolver la dificultad de la cuestión propuesta, le pidieron con súplicas la solución, él dijo: “Por mi condición natural estoy oprimido por muchos vicios. Pero por movido por el deseo de libertad que me inspira el Señor, renunciando a este mundo y a los bienes que había recibido de mi padre, llegué a satisfacerlos a un mismo tiempo y me liberé completamente de ellos. Pero de la gula de ningún modo pude prevalecer sobre los estímulos de la gula.
Una sabiduría que no es puramente humana
21.3. Aunque reduciéndola a una forma mínima e ínfima, no puedo huir de la fuerza de su compulsión cotidiana, debo dejarme perseguir por sus constantes reclamos y con continuos desembolsos esperar una libertad que nunca llega, mientras pago su tributo insaciable en los momentos señalados”. Entonces los filósofos declararon que aquel hombre que estaba ante ellos, al que habían menospreciado como un iletrado y un rústico, comprendía perfectamente la primera parte de la filosofía, es decir la disciplina ética, y estaban sorprendidos de cómo había alcanzado de forma natural lo que ninguna instrucción secular le había conferido; en cambio, ellos con mucho esfuerzo y un largo estudio no habían logrado obtenerla. Baste esto que hemos dicho especialmente sobre la gula. Ahora retornemos a lo que habíamos empezado a exponer sobre la relación general de los vicios.
Capítulo 22. Por qué Dios predijo a Abraham que el pueblo de Israel vencería por las armas a diez naciones
Para la comprensión de este capítulo nuevamente nos ayuda el recurso a un pasaje de las Homilías sobre el Génesis de Orígenes:
«También nosotros, aunque parezca que hemos bajado a Egipto, aún si por nuestra condición carnal sostenemos las luchas y combates de este mundo, aún si habitamos entre los que son esclavos del Faraón, sin embargo, si estamos cerca de Dios, si nos dedicamos a la meditación de sus mandamientos y buscamos “sus preceptos y sus juicios” (cf. Dt 12,1) -porque esto es estar siempre cerca de Dios, pensar en las cosas que son de Dios, “buscar las cosas de Dios” (cf. Flp 2,21)-, también Dios estará siempre con nosotros, por Cristo Jesús, nuestro Señor…»[10].
Al dejar de lado el combate contra la gula, que siempre permanecerá activo, Casiano sostiene que la lucha será contra los otros siete vicios; habiendo superado también la idolatría y la blasfemia, por la gracia recibida en el bautismo.
22. Cuando el Señor le hablaba a Abraham sobre el futuro -tema sobre el que ustedes no me interrogaron-, se lee que enumeró no siete sino diez naciones, cuya tierra le prometió darle a su descendencia (cf. Gn 15,18-21). Este número se completa de forma evidente si se agregan la idolatría y la blasfemia[11]. La multitud de los impíos paganos y de los judíos blasfemos permanece sujeta a estas actitudes hasta que llega al conocimiento de Dios y a la gracia del bautismo, durante la permanencia en el Egipto espiritual. Pero si alguien, renunciando, deja este puesto, después de haber vencido, por la gracia de Dios, la gula, y al mismo tiempo va al desierto espiritual, quedando libre del ataque de los tres pueblos, combatirá contra los otros siete, que son los enumerados por Moisés.
Capítulo 23. De qué modo nos es útil poseer las tierras de los vicios
El combate, la lucha, contra los vicios es un tema frecuente en los escritos de Evagrio Póntico:
“Contra los seglares los demonios combaten (valiéndose) sobre todo de las preocupaciones materiales. Pero contra los monjes habitualmente con los pensamientos, porque les faltan las preocupaciones materiales por causa de la soledad. Para ellos es más fácil pecar interiormente que con acciones, por eso la guerra interior es más difícil que la que se libra contra los objetos. Porque el espíritu es una realidad fácil de mover, y desenfrenado en las fantasías prohibidas”[12].
“El que ha establecido en sí mismo las virtudes y está totalmente identificado[13] con ellas, no se acuerda más de la ley (cf. 1 Tm 1,9), ni de los mandamientos, ni del castigo, sino que dice y hace cuanto (ese) estado excelente le dicta”[14].
«Si es (un hecho) el que los luchadores golpeen y sean golpeados, y si los demonios luchan contra nosotros, entonces los que nos golpean también serán golpeados por nosotros. “Porque yo los derribaré, está dicho, y no podrán levantarse” (Sal 17 [18],39). Y también: “Aquellos que me oprimen y son mis enemigos, se han debilitado y han caído” (Sal 26 [27],2).
El reposo está unido a la sabiduría, pero el trabajo a la prudencia. Porque no es posible adquirir la sabiduría sin combatir, y no se puede llevar a buen término el combate sin la prudencia. A ésta, en efecto, se le ha confiado oponerse a la cólera de los demonios, forzando las potencias del alma a obrar según la naturaleza y preparar el camino para la sabiduría»[15].
“Nada de lo que purifica los cuerpos permanece con estos después que han sido purificados. Pero las virtudes purifican el alma y, al mismo tiempo, permanecen en ella (después) que ha sido purificada”[16].
“No creas que has alcanzado la virtud antes de haber luchado por ella hasta derramar sangre. Es necesario oponerse a muerte al pecado, luchando de un modo irreprensible, como dice el divino Apóstol (Hb 12,4)”[17].
“Las virtudes al igual que los vicios hacen ciego al espíritu: aquellas, para que no vea los vicios; éstos, por el contrario, para que no vea las virtudes”[18].
No pueden cohabitar virtudes y vicios
23.1. El hecho de que se nos ordene poseer con provecho las tierras de esas naciones perniciosas se debe comprender así: cada uno de los vicios tiene su espacio propio en nuestro corazón y, reivindicándolo para sí, destruye al Israel que se encuentra en un lugar oculto de nuestra alma; esto es, la contemplación de las realidades más sublimes y santas, contra las que el adversario siempre combate. Porque las virtudes no pueden habitar junto con los vicios. “¿Cuál es, en efecto, la relación entre la justicia y la iniquidad? ¿O qué unión puede haber entre la luz y las tinieblas?” (2 Co 6,14).
El triunfo de las virtudes
23.2. Pero una vez que los vicios sean vencidos por el pueblo de Israel, esto es, por las virtudes que combaten contra ellos, a partir de ese momento la castidad obtendrá en nuestro corazón aquel puesto que hasta ahora estaba ocupado por el espíritu de la concupiscencia y de la fornicación. La paciencia reivindicará aquello de lo se había apoderado el furor; lo que estaba ocupado por una tristeza mortífera ocupaba, lo poseerá una tristeza salutífera y un gozo pleno; lo que devastaba la acedia, la fortaleza comenzará a cultivarlo; lo que soberbia pisoteaba, la humildad lo honrará. Y así cuando cada vicio sea expulsado de su sitio, es decir, de la voluntad[19], las virtudes contrarias la poseerán; las cuales son llamadas merecidamente hijas de Israel, o sea el alma que Dios ve. Cuando las virtudes hayan expulsado todas las pasiones del corazón, no serán consideradas como invasoras de las posesiones ajenas, sino como las que han recuperado sus propias tierras.
[1] Lit.: una sentencia absoluta de todos (cunctorum absoluta sententia est).
[2] “Templanza del ayuno”: el texto latino dice “continentiam”, pero en este caso traducimos siguiendo al siríaco.
[3] Cf. RB 36,4 (SCh 182, p. 571); 55,11 (SCh 182, p. 620); 61,2. 6 (SCh 182, pp. 636-638).
[4] Cuestión 8,16-19 (trad. en: San Basilio de Cesarea. Cuestiones sobre la vida monástica cristiana, Munro, Eds. Surco Digital, 2022, p. 100.
[5] Gastrimargia debe comprenderse aquí como el impulso o pulsión a comer para mantenernos con vida.
[6] Lit.: repugnancia (declinatio).
[7] Ver la nota 50.
[8] Esta frase falta en el texto latino editado por el Prof. Alciati.
[9] Paladio, Historia Lausíaca, cap. 37,5-8; trad. de León E. Sansegundo Valls, Sevilla, Ed. Apostolado Mariano, 1991, pp. 140-141 (Col. Los Santos Padres, 4).
[10] Homilía XVI,7; SCh 7bis, p. 392.
[11] “El agregado de estos dos vicios prueba que Casiano no tenía intención de fijar ‘el canon’ de los pecados capitales” (Conversazioni, p. 400, nota 26).
[12] Tratado Práctico 48; SCh 171, p. 608.
[13] Lit.: mezclado.
[14] Tratado Práctico 70; SCh 171, p. 656.
[15] Tratado Práctico 72-73; SCh 171, p. 660.
[16] Ibid. 85; SCh 171, p. 676.
[17] Tratado de la oración 136; trad. en Cuadernos Monásticos n. 37 (1976), p. 226.
[18] Tratado Práctico 62; SCh 171, p. 644. Cuando el espíritu está sometido a los vicios no ve las virtudes, y cuando ha alcanzado las virtudes y ha progresado en la apatheia, no ve los vicios y deviene insensible a todo lo que proviene del terreno de las pasiones (SCh 171, p. 644).
[19] Adfectus: inclinación, movimiento del ánimo.