Capítulo 26. Sobre las diversas causas de la compunción
Diversas clases de compunción
26.1. Quien posee una tal experiencia, ¿podría explicar de una manera adecuada la variedad de las compunciones, sus causas mismas y los orígenes de los cuales la mente, inflamada y ardiente, es exhortada a la oraciones puras y más fervientes?
El canto
26.1a. Como ejemplo, propondremos algunos entre aquellos que estamos en grado de recordar gracias a la iluminación del Señor. En ocasiones, mientras estamos cantando, el versículo de algún salmo nos ofrece la ocasión para una oración de fuego. A veces la modulación armoniosa de la voz de un hermano ha impulsado los ánimos, de cuantos han quedado asombrados, a una oración intensa.
La salmodia y el dolor por la pérdida de un ser querido
26.2. Sabemos también que la claridad y la gravedad del que salmodia han contribuido notablemente al fervor de quien estaba presente. Del mismo modo la exhortación de un hombre perfecto y su conversación espiritual a menudo han elevado la disposición de quien asistía a hacer preces abundantes. Asimismo sabemos que, en ocasión de la muerte de un hermano o de una persona querida, somos inducidos una compunción no menos perfecta. Igualmente, el recuerdo de nuestra tibieza y de nuestra negligencia algunas veces han suscitado en nosotros un saludable ardor de espíritu. Y de este modo no hay duda ninguna que no faltan innumerables ocasiones, por las cuales, con la gracia de Dios, la tibieza y la somnolencia de nuestras mentes pueden ser estimuladas.
Capítulo 27. Sobre las variadas cualidades de la compunción
27. Sin embargo, indagar cómo y de qué forma estas diversas clases de compunción brotan desde lo íntimo del alma no es menos difícil. Pues a menudo, por efecto de una alegría indecible y por el ardor del espíritu, el fruto de una compunción verdaderamente saludable emerge al extremo de prorrumpir incluso en ciertos clamores de alegría incontenibles; y así el gozo del corazón y la magnitud de la exultación penetran hasta la celda vecina. Pero en ocasiones la mente se oculta en tanto silencio al interno de una profunda taciturnidad que el estupor de una improvisa iluminación impide cualquier emisión de la voz y el espíritu, sorprendido, retiene en su interior todas sus expresiones, derramando así delante de Dios los propios deseos con gemidos inefables. Otras veces, en cambio, la mente está colmada con tanta abundancia de compunción y dolor que no puede gestionar en otro modo si no con la efusión de las lágrimas».
Capítulo 28. Pregunta sobre el hecho que no que no esté en nuestro poder la profusión de las lágrimas
28.1. Germán: “Por mi parte, incluso en mi exiguidad, no desconozco este sentimiento de compunción. Frecuentemente, en efecto, cuando por el recuerdo de mis culpas pasadas aparecen las lágrimas, soy de tal modo vigorizado con una alegría inexplicable por la visita del Señor, como tú has dicho, que la grandeza de esta felicidad me impone no deber desesperar del perdón. Pienso que no habría nada más sublime que este estado, si es que volver a él dependiera de nuestra voluntad.
28.2. A veces, en efecto, cuando deseo estimularme con toda mi fuerza para alcanzar una similar compunción de las lágrimas, y poniendo ante mis ojos todos mis errores y mis pecados, no soy capaz hacer surgir aquella abundancia de lágrimas, y así mis ojos se endurecen mucho semejantes al durísimo pedernal, de modo que de ellos no brota ni siquiera una gota de humedad. Por eso, aunque me alegre por aquella profusión de las lágrimas, tanto me duele no poder recuperarla, aunque lo quisiera”.
Capítulo 29. Respuesta sobre las diversas clases de compunción acompañada de lágrimas
Evagrio se refiere en diversas ocasiones al importante tema de la compunción (penthos):
“Sobre la condenación de los pecadores, gime, llora, revístete con el vestido de la compunción, en el temor que ello no te ocurra a ti. En cambio, sobre los bienes reservados a los justos, alégrate, exulta y gózate; esfuérzate para disfrutar de ellos, y estar exento de aquellos males. Vigila para nunca olvidar estas cosas. Ya sea que estés en la celda o no importa dónde, no apartes tu pensamiento de estos recuerdos, para huir por ese medio de los impuros y perjudiciales pensamientos”[1].
“Hay dos estados apacibles del alma: uno proviene de las semillas naturales, el otro de la retirada de los demonios. El primero está acompañado de humildad con compunción, de lágrimas, de un deseo infinito de lo divino, y de un celo sin medida por el trabajo. En el segundo, la vanagloria acompañada por el orgullo aprovecha la desaparición de los otros demonios para arrastrar al monje a la perdición. Sin embargo, quien observe los límites del primer estado reconocerá rápidamente las incursiones de los demonios”[2].
“Pide ante todo recibir el don de lágrimas para ablandar, por la compunción, la rudeza de tu, alma, de modo que, confesando contra ti mismo tu iniquidad al Señor (cf. Sal 31 [32],5), obtengas de Él el perdón”[3].
“Lo propio de la oración es un recogimiento piadoso que, impregnado de compunción y de dolor del alma, confiesa la falta con secretos gemidos”[4].
Al resaltar la importancia de la compunción Evagrio no hace sino trasmitir lo que él mismo había recibido de los abbas del desierto:
«Un hermano suplicó a abba Pastor diciendo: “Dime una palabra”. El anciano le dijo: “Los ancianos pusieron la compunción como principio de toda acción”»[5].
Asimismo, Evagrio enseña la gran utilidad de las lágrimas en nuestra vida de oración:
“Usa de las lágrimas para tener éxito en todas tus súplicas, pues el Señor se alegra mucho cuando recibe una oración hecha con lágrimas.
Aunque derrames torrentes de lágrimas en tu oración, no por eso te engrías como si fueras más que los demás. Simplemente tu oración ha recibido una ayuda para que puedas confesar generosamente tus pecados y aplacar al Señor con tus lágrimas”[6].
Y en el apotegma citado a continuación la enseñanza del monje del Ponto anticipa notablemente las que nos ofreece en esta Conferencia abba Isaac:
«Dijo abba Evagrio: “Cuando estás en la celda, recoge tu espíritu: recuerda el día de la muerte, mira la mortificación del cuerpo; piensa en la calamidad, asume el esfuerzo, condena la vaciedad del mundo, para poder permanecer siempre en el propósito de la hesiquía y no te debilites. Recuerda también cómo es el infierno, piensa cómo se encuentran allí las almas, en qué profundo silencio, en qué amargos gemidos, en qué temor, en qué lucha, en qué espera, con dolor inacabable y lágrimas incesantes del alma. Recuerda el día de la resurrección y de la presentación ante Dios. Imagina el juicio aquel, horrible y tremendo. Ten a la vista lo que está reservado para los pecadores: la vergüenza en la presencia de Dios y de los ángeles y arcángeles, y de todos los hombres, los suplicios, el fuego eterno, el gusano que no duerme nunca (cf. Mc 9,48; Is 66,14), el Tártaro y las tinieblas, el rechinar de dientes (cf. Mt 8,12), los terrores y los tormentos. Piensa también en los bienes que están reservados para los justos, la confianza con Dios Padre y con su Cristo, con los ángeles, arcángeles y todo el pueblo de los santos, el reino de los cielos y sus riquezas, su alegría y su felicidad. Ten el recuerdo de todas estas cosas y del juicio de los pecadores. Llora, aflígete, teme, no sea que tú también te encuentres entre ellos; alégrate y goza en lo que está destinado para los justos. Y si tratas de gozar de estas cosas, apártate de aquellas. Haz que nunca, dentro o fuera de la celda, se te borre esto, de modo que, gracias a este recuerdo, huyas de los pensamientos impuros y molestos”»[7].
La compunción del arrepentimiento por los pecados
29.1. Isaac: «No toda profusión de lágrimas deriva de un único sentimiento o de una sola virtud. Pues uno es el llanto que brota en nuestro corazón a causa de la espina de los pecados que nos aguijonean. Sobre esta [compunción] se dice: “Estoy agotado de gemir, baño cada noche mi lecho; regaré mi cama con lágrimas” (Sal 6,7); y de nuevo: “Deja correr como torrente tus lágrimas, de día y de noche, y no les des descanso, ni calle la pupila de tu ojo” (Lm 2,18).
La compunción por el deseo de los bienes eternos
29.2. Diverso, es en cambio, aquella [compunción] que tiene su origen en la contemplación de los bienes eternos y en el deseo de la futura gloria, por la que brotan también abundantes fuentes de lágrimas por el gozo impaciente y por la inmensa felicidad, mientras nuestra alma tiene sed del Dios fuerte y viviente, diciendo: “¿Cuándo llegaré y apareceré ante el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan día y noche” Y (Sal 41 [42] 41,3-4). Cada día con gemidos y lamentos proclama: “Ay, cuánto se ha prolongado mi vida” (Sal 119 [120],5); y: “Mucho ha vivido mi alma” (Sal 119 [120],6)[8].
La compunción que brota del temor a la condena eterna
29.3. De otra forma, también las lágrimas proceden, no ciertamente de una conciencia culpable de faltas mortales, sino solamente del temor de la Gehenna y del recuerdo de aquel terrible juicio. El profeta, golpeado por este temor, ora a Dios diciendo: “No llames a juicio a tu siervo, pues ante ti ningún viviente será justificado” (Sal 142 [143],2).
Las lágrimas derramadas por otros
29.3a. Hay todavía otro tipo de lágrimas, que es producido no por la conciencia propia, sino por la dureza y por los pecados de otros. Se dice que por esto Samuel lloró por Saúl (cf. 1 S 15,35); y así también el Señor lloró por Jerusalén en el Evangelio (cf. Lc 19,41); e incluso antes se narra que Jeremías lloró, diciendo así: ¿Quién convirtiera mi cabeza en llanto[9], y mis ojos en una fuente de lágrimas? Y lloraré día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo” (Jr 9,1 [8,23]).
Oración de aflicción
29.4. Éste es ciertamente el tipo de lágrimas sobre las que se canta en el salmo ciento uno: “Porque he comido cenizas como si fuera pan, y he mezclado mi bebida con el llanto” (Sal 101 [102],10). Estas lágrimas ciertamente no brotan por el el mismo sentimiento por el cual son derramadas en el salmo seis, en la persona del penitente, sino por causa de las ansiedades, las angustias y las aflicciones de esta vida, por las cuales los justos que están en este mundo son abatidos. Esto se demuestra claramente no solo por el texto, sino por el título mismo del salmo [seis]; en la persona de aquel pobre -sobre el cual en el Evangelio se dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3)-, así se intitula [aquel salmo]: “Oración de un pobre que, cuando está afligido, derrama delante de Dios su oración” (Sal 101 [102],1).
Capítulo 30. Sobre que las lágrimas no deben ser forzadas, cuándo no se derraman espontáneamente
Lágrimas forzadas
30.1. Hay una considerable diferencia entre estas lágrimas y aquellas que brotan de un corazón endurecido y de unos ojos secos. Incluso si nosotros creemos que estas últimas no son del todo infructuosas, -su emisión, en efecto, es buscada con un buen propósito, sobre todo por parte de aquellos que todavía no han alcanzado el conocimiento perfecto, o no han logrado purificarse del todo de las manchas de los vicios pasados y recientes-, sin embargo, la profusión de las lágrimas nunca es forzada de este modo por aquellos que ya han adquirido una disposición virtuosa y no deben esforzarse con fatiga por las lágrimas del hombre exterior; y aunque hayan producido algo, aquellos no llegarán jamás a la abundancia de las lágrimas espontáneas.
Lágrimas estériles
30.2. Más bien, intentos este género humillarán el ánimo de quien reza y lo sumergirán en las preocupaciones humanas, haciéndolo caer de la altura celestial, en la cual la mente del que ora debe estar constantemente fija, obligándolo así, una vez que la intensidad de su oración se haya relajado, a sufrir por unas gotas de lágrimas estériles y forzadas.
[1] Bases de la vida monástica 9; PG 40,1261 C.
[2] Tratado Práctico 57; SCh 171, pp. 634-635.
[3] Tratado sobre la oración 5; PG 79,1168 D.
[4] Ibid. 42, PG 79,1176 BC.
[5] Apotegma Pastor 69; PG 65,337 CD.
[6] Tratado sobre la oración 6 y 7; PG 79,1169 A.
[7] Apotegma Evagrio 1; PG 65,173 A-C.
[8] En las citas del Sal 119 (120) el vocablo latino incola hace referencia al que habita en tierra extraña.
[9] Lit.: ¿quién dará agua a mi cabeza?