Segunda conferencia del abad Moisés. Sobre el discernimiento
Capítulos:
1. Proemio del abad Moisés sobre la gracia del discernimiento.
2. Lo que solo el discernimiento confiere al monje y la conferencia del beato Antonio sobre este tema.
3. Sobre el error de Saúl y Achab, cómo se equivocaron por la falta de discernimiento.
4. Testimonios sobre el bien del discernimiento en las santas Escrituras.
5. Sobre la muerte del anciano Herón.
6. Sobre la ruina de dos hermanos por falta de discernimiento.
7. Sobre la ilusión en que cayó otro [hermano] por falta de discernimiento.
8. Sobre la caída y el engaño de un monje de Mesopotamia.
9. Pregunta sobre la adquisición del verdadero discernimiento.
10. Respuesta: cómo se puede poseer el verdadero discernimiento.
11. Palabras de abba Sarapión sobre la languidez de los pensamientos manifestados y sobre el peligro de confiar en sí mismo.
12. Confesión de la vergüenza que nos impide revelar nuestros pensamientos a los ancianos.
13. Respuesta sobre la superación de la confusión[1] y sobre el peligro de no ser compasivos.
14. Sobre la vocación de Samuel.
15. Sobre la vocación del apóstol Pablo.
16. Sobre la adquisición del discernimiento.
17. Sobre los ayunos y las vigilias carentes de moderación.
18. Pregunta: sobre la medida de la continencia y la refección.
19. Sobre el óptimo [régimen] alimenticio cotidiano.
20. Objeción sobre la facilidad de la continencia con dos paxamas (panes secos).
21. Respuesta: sobre la virtud y la medida de una experta continencia.
22. Cuál sea la regla general de la continencia y la refección.
23. Cómo contener la abundancia de los humores genitales.
24. Sobre el trabajo equilibrado de la refección y sobre la voracidad del hermano Benjamín.
25. Pregunta: ¿cómo es posible atenerse siempre a la misma medida?
26. Respuesta: no excediendo el modo de la refección.
Capítulo 1. Proemio del abad Moisés sobre la gracia del discernimiento
Después de una breve introducción, Moisés presenta el plan que seguirá en esta segunda conferencia. Primero ofrecerá un argumento de autoridad: la enseñanza de los mayores; a continuación, mostrará el fracaso de quienes se apartaron de la discretio; en tercer lugar, por oposición, señalará su utilidad; y concluirá con un elogio de su gran valor.
Al igual que en la primera conferencia, el fundamento de la entera argumentación es neotestamentario. Y nuevamente la enseñanza decisiva es del apóstol Pablo. Con el recurso al texto de 1 Co 12, Casiano deja asentado que el discernimiento (diakrisis) es un carisma, un don del Espíritu Santo; que además es “el premio máximo de la gracia divina”. En consecuencia, sin discernimiento (discretio en latín) el monje/la monja marchan al fracaso. Es lo que de un modo muy sintético, pero positivo, afirma esta sentencia “Dijo un anciano que de todas las virtudes la más grande es el discernimiento”[2].
Inicio de la nueva conferencia
1.1. Una vez degustado el sueño profundo, cuando amaneció y nos iluminó la claridad [del día], empezamos a pedir la prometida narración, y así comenzó el beato Moisés:
1.1a. «Cuando los veo inflamados de un ardor tan grande, creo que el pequeñísimo tiempo de reposo, que he querido sustraer a nuestra espiritual conversación, para restauración de la carne, no ha producido la relajación de sus cuerpos. Y considerando el fervor de ustedes, una mayor solicitud me incumbe.
1.1b. Es necesario, en efecto, que en el pago de mi deuda proceda con una mayor devoción, cuanta es la atención con que veo que ustedes preguntan, según aquella sentencia: “Cuando te sientes en la mesa de los poderosos, observa con diligencia lo que se te presenta y tiende tu mano, sabiendo que tales cosas las tendrás que preparar tú” (Pr 23,1-2 LXX).
Plan de la exposición sobre el discernimiento
1.2. Por tanto, teniendo que hablar sobre el bien del discernimiento y sobre su fuerza, de lo cual habíamos comenzado a discurrir en la conferencia de la noche pasada, creemos que sea congruo, ante todo, confirmar con algunas sentencias de los padres su excelencia, de modo que quede claro lo que nuestros mayores pensaron y dijeron sobre ella; entonces, luego de haber mostrado diversos casos, tanto antiguos como recientes, sobre la ruina de quienes cayeron en errores perniciosos por no haberla seguido, en cuanto nos sea posible, recordaremos cómo ella es útil y ventajosa. Cuando hayamos tratado sobre estas cosas, estaremos instruidos sobre cómo debemos llegar a ella y cultivarla, considerando la dignidad de su mérito y gracia.
Un carisma
1.3. No es, en efecto, una virtud mediocre ni podrá ser poseída por el esfuerzo humano, si no es dada por la largueza divina, como leemos que la enumera el Apóstol entre los muy nobles dones del Espíritu: “A uno le es dada la palabra de sabiduría por el Espíritu; a otro la palabra del conocimiento, según el mismo Espíritu; a otro la fe, en el mismo Espíritu; a otro la gracia de las curaciones en el único Espíritu” (1 Co 12,8-9); y un poco después (dice): “A otro el discernimiento de espíritus” (1 Co 12,10). Después, completo ya el catálogo de todos los carismas espirituales, agrega: “Pero el único y mismo Espíritu obra todas esas cosas, distribuyendo a cada uno como quiere” (1 Co 12,11).
Premio máximo
1.4. Vean, por consiguiente, que el don del discernimiento no es algo terreno ni pequeño, sino el premio máximo de la gracia divina. Por lo que, si el monje no lo asegura con todo empeño, y no posee con total certeza el discernimiento de los espíritus que ascienden en su interior, será inevitable que, como quien anda a tientas en la oscuridad y tinieblas de la noche, no solo caiga en perniciosas cuevas y quebradas, sino que también tropiece frecuentemente en terrenos planos y rectos».
Capítulo 2. Lo que solo el discernimiento confiere al monje y la conferencia del beato Antonio sobre este tema
Visita de los monjes a san Antonio
2.1. «Recuerdo que, en cierta ocasión, cuando todavía era joven y vivía en la región de la Tebaida, donde moraba el bienaventurado Antonio, los ancianos vinieron a verlo para preguntarle sobre la gracia de la perfección. Y cuando la conversación se había prolongado desde las horas de la tarde hasta el amanecer, esta cuestión consumió la mayor parte de la noche. Durante mucho tiempo se buscó qué virtud u observancia podía librar, siempre ileso, a un monje de las trampas y engaños del diablo, y conducirlo a la cima de la perfección por un camino recto y un paso firme.
Las diversas propuestas sobre cuál sea la virtud más importante
2.2. Y cuando cada uno proponía algo según su capacidad: algunos ponían tal virtud en el esfuerzo de ayunos y vigilias, pues ciertamente la mente aligerada, alcanzada la pureza de corazón y del cuerpo, se unirá más fácilmente a Dios; otros la colocaban en el desprecio de todas las cosas, de las cuales, si la mente estuviese completamente despojada, llegará a Dios de forma más expedita sin lazos que la detengan; otros, consideraban necesaria la anacoresis, es decir, el retirarse y los lugares ocultos del desierto, puesto que, quien mora en ellos, puede dirigirse a Dios más familiarmente y unirse a Él de una forma especial; otros, en cambio, la definieron como la práctica de la caridad, esto es, los deberes de humanidad, pues el Señor ha prometido en el Evangelio que a estos se les dará de forma más especial el reino de los cielos diciendo: “Vengan, benditos de mi Padre, posean el Reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber” y lo demás (Mt 25,34-35).
2.2a. Y cuando de este modo habían deliberado que se podía llegar a Dios por medio de diversas virtudes, y habían pasado gran parte de la noche en esta inquisición, entonces intervino el bienaventurado Antonio:
Intervención de san Antonio
2.3. “Sin duda todas (las virtudes) que han mencionado son necesarias y útiles para quienes tienen sed de Dios y desean llegar a Él. Pero los innumerables casos y las experiencias de muchos no nos permiten atribuir la gracia principal a esas (virtudes). En efecto, a menudo quien se entrega acérrimamente a los ayunos y las vigilias, se establece de forma admirable en lugares desiertos, buscando asimismo la privación de todos los bienes, al extremo de no guardar ni siquiera para el alimento del día ni un denario para sí, cumpliendo con total devoción el deber de humanidad, vemos que repentinamente cae, no pudiendo llevar a término de forma conveniente el esfuerzo comenzado y poniendo fin al sumo fervor y a la laudable conversión de manera detestable. Por este motivo es bueno que sepamos claramente que nos conduce ante todo a Dios, si queremos indagar con diligencia la causa de la ruina y el error de aquellos.
La “vía real”
2.4. En ellos, en efecto, aunque fueran exuberantes las obras de virtud antes mencionadas, la sola falta del discernimiento no les ha permitido llevar hasta el final la obra. Porque ninguna otra causa se colige de su caída si no que, poco instruidos por los ancianos, nunca pudieron alcanzar la facultad del discernimiento, la cual enseña al monje que, evitando todo exceso, camine siempre por la vía real[3]: a la derecha, no le permite exaltarse por las virtudes, esto es, que por el exceso de fervor supere la medida de la justa continencia a causa de una inepta presunción; y a izquierda, no le concede ceder al deleite de los vicios, es decir, que, bajo el pretexto de gobernar al cuerpo, caiga, por el contrario, lentamente en la pereza de espíritu.
El discernimiento, ojo y lámpara del cuerpo
2.5. Este es, por tanto, el discernimiento, que en el Evangelio es llamado ‘ojo y lámpara del cuerpo’, según aquella sentencia del Salvador: ‘La lámpara de tu cuerpo es tu ojo: de modo que, si tu ojo estuviera sin malicia, todo tu cuerpo será luminoso; pero si tu ojo fuera malo, todo tu cuerpo estará tenebroso’ (Mt 6,22-23). Esta virtud discierne todos los pensamientos y acciones del hombre, prevé y ve muy bien todo lo que debe hacerse.
2.6. Si esta (virtud) fuera en el hombre de mala calidad, es decir, no en comunión con el verdadero juicio y el conocimiento, o fuera engañada por cualquier error o presunción, todo nuestro cuerpo se haría tenebroso, esto es, se oscurecería toda la agudeza de nuestra mente y de nuestros actos, envuelta por la ceguera de los vicios y la perturbación de las tinieblas. Porque dice (la Escritura): ‘Si la luz que hay en ti son tinieblas, ¡qué grandes serán esas tinieblas!’ (Mt 6,23). Nadie duda, en efecto, que cuando el juicio de nuestro corazón erra y es poseído por la noche de la ignorancia, también nuestros pensamientos y nuestras obras, que proceden de la deliberación del discernimiento, son implicadas con las grandes tinieblas del pecado”.
[1] Confusio, que también puede traducirse por: perturbación, vergüenza, desorden.
[2] Apotegma anónimo presente en la Colección sistemática griega, cap. 21,25; SCh 498, p. 206.
[3] Cf. Nm 20,17: “Seguiremos el camino real, sin torcer ni a la derecha ni a la izquierda…”. Referencia señalada muy oportunamente por el P. de Vogüé, con el agregado de diversos textos de los Padres que hablan del “camino real” (cf. Vogüe, pp. 188-189). Pero, una vez más, me inclino a considerar que el tema, en su primigenio desarrollo, probablemente procede de Orígenes: «Pienso, por tanto, que aquel que nunca se haya inclinado hacia la derecha ni hacia la izquierda (cf. Nm 20,17), puede decirse que está en medio, que no ha cometido pecado ni ha sido encontrado engaño en su boca (cf. 1 P 2,22). Por eso, de quien siempre está firme se dice que se mantiene en medio… Y tú, entonces, si, al llegarte la tentación, al sobrevenirte la ira del pecado, no te inclinas a derecha ni izquierda (cf. Nm 20,17), ni prevaricas la Ley de Dios, sino que te mantienes fijo y estable en medio…» (Homilías sobre el libro de los Números, III,2.3-4; SCh 415, pp. 80-83).