Capítulo 15. Sobre la contemplación de Dios
Los primeros dos párrafos de este capítulo son admirables. En ellos Casiano sigue, ante todo, una lectio divina de la Escritura, que nos introduce en la unidad del plan de creación – salvación que nos ha regalado nuestro Dios. Resuena, como música de fondo, el Salmo 135 (136): “porque es eterna su misericordia”. Pero cantado desde la perspectiva cristiana que nos ofrece el entero Nuevo Testamento.
Sin embargo, no se puede ignorar la profunda influencia, en este desarrollo, de la enseñanza evagriana[1], que pone la meta de la vida del monje cristiano en la contemplación de la Santísima Trinidad. Y aunque en la existencia presente es imposible esta visión, comenzamos a experimentarla en la contemplación de la creación y de la obra de salvación.
En el párrafo segundo, de forma muy sucinta, Casiano pone de relieve los aspectos esenciales de la salvación que se nos regala: vocación (la iniciativa es de Dios), gratuidad, unidad entre Ley y gracia, libertad de asentimiento y de recepción del regalo que se nos ofrece, acción redentora de Cristo (“dispensación de la encarnación”) y universalidad de la obra salvífica.
En la vida presente no es posible la plena contemplación del rostro de Dios. Pero si buscamos la pureza de corazón, no nos faltarán ayudas y motivaciones para la contemplación de las realidades divinas y espirituales, siempre que pongamos a un lado los deseos terrenos (§ 3).
Dios Creador
15.1. «La contemplación de Dios se concibe de diversas formas. Pues Dios no es conocido solo por la admiración de su sustancia incomprensible; sino también, aunque todavía oculto en la esperanza de la promesa, reconocido en la magnitud de sus criaturas, o en la consideración de su equidad, o en la ayuda de su cotidiana dispensación. Cuando recorremos con mente purísima las maravillas que ha realizado por intermedio de sus santos a través de las generaciones; cuando admiramos con trémulo corazón su poder, con el que gobierna, modera y rige todas las cosas; cuando (contemplamos) la inmensidad de su ciencia y el ojo al que no se le pueden ocultar los secretos del corazón; cuando pensamos que le son conocidos y que ha medido el número de los granos de la arena del mar y de las olas; cuando admiramos estupefactos que conoce las gotas de la lluvia, las días y las horas de los siglos, todas las cosas pretéritas y futuras.
Dios Salvador
15.2. Cuando contemplamos, con un exceso de admiración, su inefable clemencia, que tolera con infatigable longanimidad las innumerables infamias cometidas ante Él en todo momento; cuando (consideramos) la llamada con que nos atrajo, no por nuestros méritos, sino por la gracia de su compasión; cuando, en resumen, (vemos) cuántas ocasiones de salvación concedió a quienes quiere adoptar. Todo esto porque Él dispuso que, al nacer, se nos concediera, desde que estamos en la cuna, la gracia y el conocimiento de su Ley; pues Él mismo venciendo al adversario que está en nosotros, por el solo asentimiento de nuestra buena voluntad, nos regala la eterna bienaventuranza y los premios perpetuos. Finalmente, aceptó por nuestra salvación, la dispensación de su encarnación, y extendió las maravillas de sus misterios a todos los pueblos.
La contemplación en esta vida no es plena
15.3. Pero hay otros innumerables modos de contemplaciones de este género, los cuales brotan en nuestros sentidos a partir de la cualidad de nuestra vida y la pureza de nuestro corazón; por medio de ellos Dios es visto y aferrado con una mirada pura. Sin duda, nadie en quien viva todavía algo de los afectos carnales podrá poseer estas realidades para siempre, porque dice el Señor: “No podrás ver mi rostro; pues no puede ver el hombre mi rostro y seguir viviendo” (Ex 33,20); es decir: “en este mundo y en los afectos terrenos”».
Capítulo 16. Pregunta sobre la movilidad de nuestros pensamientos
Germán plantea una cuestión siempre actual y ardua: ¿podemos liberar nuestra mente del asalto y distracción de los más variados pensamientos?
Germán: «Por tanto, ¿por qué, aunque no queremos, también los pensamientos superfluos se insinúan sutil y ocultamente en nosotros, de forma que no solo es muy difícil expulsarlos, sino incluso advertirlos y desprenderse de ellos? ¿Puede, entonces, la mente[2] liberarse alguna vez de estos vacuos (pensamientos), y nunca ser asaltada por ilusiones de esta clase?».
Capítulo 17. Respuesta: qué puede o no puede hacer la mente respecto del estado de sus pensamientos
Es imposible evitar que se nos presenten los pensamientos, pero a nuestro alcance está recibirlos o rechazarlos; y separar los que nos empujan hacia los vicios de aquellos que nos ayudan a crecer humana y espiritualmente.
En la vida monástica cristiana existen ciertas prácticas, sustentadas en una experiencia más que milenaria, que nos ayudan a evitar ser arrastrados por los pensamientos sórdidos y puramente carnales. Casiano enumera en el párrafo 2 algunas de ellas: lectio divina, memoria espiritual, canto de los Salmos, que nos facilita la compunctio cordis, vigilias, ayunos, oraciones.
Los pensamientos
17.1. [Abba] Moisés: «Ciertamente es imposible para la mente no ser importunada por los pensamientos, pero para quien se esfuerza es posible recibirlos o rechazarlos. Aunque su origen en modo alguno depende de nosotros, con todo, su reprobación o aceptación depende de nosotros. Sin embargo, dicho esto, no es posible que la mente no sea visitada por los pensamientos, o que todo deba ser atribuido a una incursión o a aquellos espíritus que buscan insinuarse dentro nuestro. Por lo demás, no permanecería en el hombre el libre arbitrio, ni tendría valor en nosotros el esfuerzo de la corrección.
Importancia de las prácticas espirituales
17.2. Pero digo que es grande nuestra parte en la corrección de la cualidad de los pensamientos, para que surjan en nuestros corazones pensamientos santos y espirituales, o terrenos y carnales. Por este motivo se practica la lectura frecuente y la meditación continua de las Escrituras, para que con esto después se nos provea la ocasión de una memoria espiritual; por esto el reiterado canto de los Salmos, para que luego en nosotros se practique una asidua compunción[3]; por esto una dedicación diligente a las vigilias, los ayunos y las oraciones, para que, extenuada nuestra mente[4], no guste las cosas terrenas, sino que contemple las celestiales. Por el contrario, cuando estas prácticas cesan al entrar la negligencia, necesariamente la mente, cargada con la sordidez de los vicios, en seguida se inclina hacia la parte carnal y cae.
Capítulo 18. Comparación del alma con una piedra de molino movida por el agua
En el último párrafo del capítulo precedente se planteaba de forma implícita el tema del discernimiento. Ahora, mediante una comparación, que tiene similitud con las empleadas por el Señor Jesús en el Evangelio, se comienza a tratar de forma más concreta el tema.
La primera enseñanza que nos propone Casiano tiene relación con las prácticas fundamentales que debe realizar la monja o el monje que sigue a Jesucristo. El discernimiento, la piedra de moler, deberá proceder conforme al “producto”, grano o cizaña, que reciba.
El discernimiento se compara a una piedra de moler
18.1. Este ejercicio del corazón se compara no incongruentemente con las ruedas de los molinos, que la acción impetuosa de las aguas hace girar ligero. En modo alguno pueden cesar su obra, movidas por los impulsos de las aguas, pero está en poder de quien dirige moler trigo, cebada o cizaña. Sin duda, se molerá solo aquello que sea introducido por aquel a quien se le encargó ese trabajo.
El discernimiento cuenta con el apoyo de las prácticas antes recomendadas
18.2. De la misma manera la mente no podrá ser liberada del asalto de los pensamientos en el transcurso de la vida presente, rodeada como está por los torrentes de las tentaciones que la inquietan por todas partes. Pero cuáles la mente deba refutar o aceptar en sí, será el resultado de su celo y de su diligencia. Si, como hemos dicho, recurrimos sin cesar a la meditación de las santas Escrituras y elevamos nuestra memoria hacia el recuerdo de las cosas espirituales, al deseo de la perfección y a la esperanza de la futura bienaventuranza, entonces es necesario que los pensamientos espirituales engendrados por estas prácticas hagan que la mente se concentre sobre aquellas realidades que hayamos meditado.
El abandono de las buenas prácticas espirituales produce cizaña en nuestro corazón
18.3. En cambio, si somos superados por la pereza y la negligencia, dejaremos que los vicios y las conversaciones ociosas nos ocupen, o que las preocupaciones mundanas y las solicitudes superfluas nos envuelvan; el resultado será el nacimiento de un cierto tipo de cizaña, que impondrá una fatiga inútil a nuestro corazón, según la palabra del Señor Salvador: donde está el tesoro de nuestras obras e intenciones, necesariamente allí también estará nuestro corazón (cf. Mt 6,21).
Capítulo 19. Sobre los tres principios de nuestros pensamientos
Para ayudar a la difícil tarea del discernimiento de los pensamientos, nuestro Autor los divide en tres géneros. El primero, son aquellos que proceden de Dios, y que nos se pueden presentar de diversas maneras, conforme lo demuestra una selección de textos del Antiguo y Nuevo Testamento.
Los pensamientos que del Maligno proceden son principalmente presentados por medio de textos neotestamentarios, en los que sobresalen algunas características notables de su actuación: mentiras, engaño, ocultamiento, acciones destructoras.
Para describir los pensamientos que nacen en nosotros mismos, Casiano utiliza textos bíblicos que, en su mayoría, provienen del ámbito sapiencial, y para concluir cita un pasaje del evangelio de san Mateo. Bien puede sintetizarse esta presentación diciendo que todo ser humano lleva en sí un bullir de muchos pensamientos, buenos y malos.
19.1. Ante todo, debemos conocer cuáles son los tres principios de nuestros pensamientos, esto es: de Dios, del diablo, y de nosotros mismos.
Los pensamientos que de Dios provienen
19.1a. Provienen de Dios, cuando Él se digna visitarnos por medio de la iluminación del Espíritu Santo, elevándonos a un más sublime progreso; y cuando nosotros hayamos obtenido poco, o estando ociosos hayamos sido superados, nos castiga con una salutífera compunción, o también cuando nos abre sus misterios celestiales y cambia[5] la dirección de nuestro propósito hacia acciones mejores y una mejor voluntad. Fue el caso del rey Asuero; cuando, castigado por el Señor, fue impulsado a interrogar los libros anales, en los que se recordaban los beneficios de Mardoqueo, que fue promovido al más alto grado de honor y en seguida fue revocada la muy cruel sentencia relativa al asesinato de todos los Judíos (cf. Est 6,1—10,3).
19.2. O cuando el profeta recuerda: “Escucharé lo que hablará conmigo el Señor Dios” (Sal 84 [85],9 LXX). Y otro también dice: “Dijo el ángel que hablaba conmigo” (Za 1,14). O cuando el Hijo de Dios promete que vendrá junto con el Padre a habitar en nosotros (cf. Jn 14,23). Y: “No serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre es el que hablará en ustedes” (Mt 10,20). Y el vaso de elección: “Ustedes buscan una prueba de que Cristo habla en mí” (2 Co 13,13).
Los pensamientos que del diablo provienen
19.3. En cambio, del diablo nacen una serie de pensamientos cuando intenta trastornarnos tanto con la delectación de los vicios como también con ocultas insidias, mostrando fraudulentamente, con una muy sutil destreza, las cosas malas como buenas, y transfigurándose para nosotros en un ángel de luz (cf. 2 Co, 11,14). O como refiere el evangelista: “Y concluida la cena, cuando el diablo ya había entrado en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, para entregar al Señor” (Jn 13,2). Y. de nuevo: “Después del bocado, dice, Satanás entró en él” (Jn 13,27). También Pedro le dice a Ananías: “¿Por qué Satanás ha tentado tu corazón, y has mentido al Espíritu Santo?” (Hch 5,3). Y lo que leemos en el Evangelio había sido predicho mucho antes por el Eclesiastés: “Si el espíritu de quien tiene el poder descendiera sobre ti, no abandones tu lugar” (Qo 10,4 LXX).
19.4. También lo que fue dicho contra Ajab, en el tercer libro de los Reyes, por medio de un espíritu inmundo: “Saldré y seré un espíritu mentiroso en la boca de todos sus profetas” (1 R 22,22).
Los pensamientos que de nosotros provienen
19.4a. Los pensamientos nacen de nosotros cuando recordamos naturalmente lo que estamos haciendo, o hicimos, o escuchamos. Sobre los cuales dice el beato David: “Pensé en los días antiguos, y tenía en mi mente los años eternos, y he meditado, cuando mi corazón se agitaba de noche, y mi espíritu indagaba” (Sal 76 [77],6-7 LXX). Y de nuevo: “El Señor conoce los pensamientos de los hombres, que son vanos” (Sal 93 [94],11). Y. “Los pensamientos de los justos son sentencias” (Pr 12,5). También en el Evangelio el Señor dice a los fariseos: “¿Por qué piensan cosas malas en sus corazones?” (Mt 9,4).
[1] Cf., por ejemplo, Evagrio Póntico, Scholias sobre los Salmos, 118,91: “Dios es llamado Señor (despotes) de dos formas: bien como Creador, bien como objeto de conocimiento (ginoskomenos)…”; SCh 615, pp. 426-427. Ese conocimiento-contemplación en este mundo es todavía parcial, no total (cf. SCh 615, p. 247).
[2] Mens puede traducirse, menos literalmente, por: alma, inteligencia, espíritu, pensamiento (cf. Blaise, p. 525).
[3] Conpunctio: compunción, dolor por el pecado cometido, humildad del corazón y de la mente, estado de penitencia pública, humillación (cf. Blaise, pp. 185-186).
[4] Se comprende: aliviada de las preocupaciones puramente terrenas y carnales.
[5] Lit.: convierte.