VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
XXV.1. GREGORIO: Cierto monje, que había cedido a la veleidad de su mente, no quería permanecer en el monasterio. A pesar de que el hombre de Dios lo había reprendido y exhortado con frecuencia, en modo alguno consentía en permanecer en la comunidad y le insistía con ruegos importunos que lo dejara en libertad. Un día el Padre venerable, cansado de su impertinencia, le ordenó airado que se fuera.
2. Mas apenas salió del monasterio, se encontró en el camino con un dragón que lo agredía con las fauces abiertas. Cuando el dragón hacía ademán de devorarlo, él, temblando y agitándose, empezó a gritar con toda su fuerza: “¡Corran, corran, porque este dragón quiere devorarme!”. Los hermanos que acudieron corriendo no llegaron a ver al dragón, pero llevaron de vuelta al monasterio al monje asustado y estremecido. Éste prometió en seguida que ya nunca más volvería a abandonar el monasterio. Y desde aquel instante permaneció fiel a su promesa. La verdad es que por las oraciones del hombre santo había visto al dragón que lo hostigaba, y al que antes seguía sin verlo.
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
(En el capítulo precedente se relataba el caso) del monjecito que había salido para hacer una simple visita a sus parientes, murió súbitamente y ya no retornó. Habiendo salido para no volver, pensaba él, el monje del presente capítulo es llevado de vuelta al monasterio y permanece.
Este caso de un religioso que importuna a su superior con pedidos de salida, se encuentra de nuevo en el Comentario a los Reyes. Después de haber alabado la Regla benedictina por la severidad con que prueba a las vocaciones(1), Gregorio observa que aún la probación más seria no impedirá que ciertos sujetos quieran un día librarse de sus votos. Como los Israelitas se lamentaban ante el Señor por el rey que ellos mismos habían pedido, así estos monjes quieren irse luego de haber insistido para que se les recibiera. Pero del mismo modo que el Señor no escuchó las quejas de Israel, el superior no debe oír los “clamores” de esos desgraciados. “Porque a quienes son tibios en los monasterios, hay que curarlos como a los enfermos, no echarlos como si fueran muertos”. Puesto que han sido enviados por el Señor, pueden ser curados. Al superior le corresponde ofrecerles todos sus cuidados, manteniéndolos con gran esfuerzo -y no sin mérito- bajo el yugo que quieren abandonar(2).
Esta línea de conducta señalada al superior, Benito no la sigue hasta el final. Después de haber resistido por largo tiempo, termina por cansarse y ceder. Pero su desfallecimiento no es más que aparente, porque la autorización de partida que concede conducirá al apóstata hacia el camino de Damasco. Al ceder sólo le concede la mano, como dicen los caballeros. La recuperación no tardará. Lo que no pudieron obtener las amonestaciones y las correcciones, lo realizará la oración: procurándole al fugitivo una visión, lo convertirá por las buenas.
Esta oración del abad por el hermano incorregible hace pensar en uno de los pasajes más hermosos de la Regla benedictina. Pero también recuerda un episodio anterior de la vida de Benito. En Subiaco ya el santo había obtenido, mediante dos días de oración, que Mauro viera al demonio que empujaba fuera del oratorio a un monje. Los dos relatos se parecen mucho, pero la visión del diablo es concedida a un simple testigo en el primer caso, en tanto que a la víctima misma en el segundo. Esta diferencia implica otra: visto en Subiaco como “un niño negro”, el tentador se muestra aquí bajo el aspecto de un dragón que devora. Porque era necesario que el culpable fuera aterrorizado. Además, su falta -una verdadera apostasía- es mucho más grave que la simple extravagancia de su cohermano, en la misma línea de las faltas de inestabilidad.
Comparado con su precedente de Subiaco el presente relato es, en todos los aspectos, más dramático. Para encontrarle paralelos exactos, hay que buscar al mismo tiempo en la correspondencia de Gregorio y en la continuación de los Diálogos. La primera informa que un monje de San Andrés en el Celio, el monasterio mismo de Gregorio, fue preservado de la huida, que meditaba (realizar), por la visión de un perro furioso que el Apóstol, patrón del monasterio, lanzó contra él(3).
En cuanto al último libro de los Diálogos, mostrará dos veces a unos agonizantes atormentados por la visión de un dragón que empezaba a devorarlos(4). Sin buen resultado en uno de los casos -el moribundo entrega su alma en medio de esos tormentos- la visión obtiene, en el otro, la conversión del vidente. La historia es tanto más semejante a la nuestra cuanto que el convertido era justamente un hombre joven que vivía en un monasterio, pero refractario a la vida monástica. La diferencia consiste en que el dragón se le aparece (en el presente episodio) a un hombre con buena salud, y allí a un enfermo en su lecho de muerte(5).
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Los primeros milagros de poder nos conducen entonces hacia la región de lo extraordinario. No sólo porque todo milagro es, por definición, un hecho asombroso, sino también por un título especial: estos tres milagros entran en un mundo diferente al nuestro, el de los muertos y el de los espíritus invisibles.
A este carácter particularmente extraño, los tres relatos agregan una nota severa, casi angustiosa. Dos veces, un fin súbito, seguido de signos de reprobación en el más allá, castiga faltas relativamente leves, y en el tercer caso, la amenaza de condena se añade a la de la muerte. Pero la narración no se detiene en este aspecto sombrío. El poder del santo se dirige hacia el bien, y nada detiene la acción de la beneficencia, ni la muerte en estado de pecado, ni la ruptura de la apostasía. Cada partida es seguida por un regreso, cada exclusión por una reintegración. Y si, en los dos primeros casos, Benito educador tropieza con la muerte, este fracaso tiene como efecto desvelar que su poder, como el de Cristo y el de la Iglesia a quien ella señala, se extiende a los campos sin límites de la misericordia.
Notas:
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 150-152 (Vie monastique, 14).
(1) Comentario a los Reyes IV,70 (1 S 8,18), citando RB 58,1-2. 8. 12.
(2) Comentario a los Reyes IV,73 (1 S 8,22).
(3) Reg. 11,26 = Ep. 11,44.
(4) Dial. IV,40,4-5 (el joven Teodoro) y 11 (monje de Iconium).
(5) Además, Teodoro fue liberado por la oración de sus hermanos reunidos alrededor de él in articulo mortis. Aquí la oración de Benito interviene para hacer que el monje vea, no para preservarlo del dragón.