Santa Gertrudis, St. Paul’s Co-Cathedral, Diócesis de Saskatoon, Saskatchewan, Canada[1].
Antonio Montanari[2]
4. El misterio de la Iglesia se manifiesta esencialmente en la liturgia
De los escritos de Helfta resulta claramente que[3] la percepción de una plena pertenencia a la Iglesia se manifestaba sobre todo, a lo largo de la jornada monástica, en la celebración cotidiana de la liturgia. A este respecto, sin embargo, no se puede ignorar la tendencia –muy difundida, si bien recientemente ha sido más bien discutida- a interpretar la espiritualidad femenina medieval como esencialmente emotiva, concentrada en la subjetividad y en la experiencia de una interioridad individual, más que en la práctica comunitaria[4]. Esta convicción de fondo también ha orientado en el pasado los estudios dedicados al rol de la liturgia en los escritos de Gertrudis, que en general no prestaban atención alguna al rol de la comunidad celebrante. Un reciente, pero creciente, cuerpo de investigación, en cambio, ha demostrado que los hombres y mujeres medievales, laicos y religiosos, no solo se sentían partícipes de la liturgia que celebraban, sino que también se preocupaban de promover activamente la participación de otros en la liturgia. Este aspecto emerge con evidencia también en las obras producidas en la comunidad de Helfta, como ha demostrado Anna Harrison en su estudio dedicado a la piedad litúrgica y al sentido comunitario cultivado por estas monjas[5]. Ellas, en efecto, estaban convencidas de que su oración litúrgica tenía un alcance universal y estaba al servicio de la Iglesia entera.
Entre los diversos ejemplos que es posible citar, quisiera detenerme en una página del Libro IV del Legatus, de la cual emerge la viva conciencia de la eficacia de la liturgia cotidiana celebrada en comunidad, expresada a través de las imágenes de una visión:
Terminada la recitación de los salmos y levantada la comunidad de su postración, se acercaron dos príncipes que traían una mesa de oro y la colocaron delante del Señor […]. De repente aparecieron sobre la mesa todas las palabras de los salmos y las oraciones que había recitado la comunidad como perlas vivas maravillosamente diferenciadas con extraordinaria variedad; cada una de estas preciosas piedrecitas irradiaba un resplandor de admirable claridad acompañado de dulce melodía. El fulgor acariciaba al Señor como jugueteando con ciertos gestos amorosos; y la melodía le conmovía para que devolviera duplicado a las hermanas todo el fruto que la Iglesia universal iba a recibir de las palabras que cada una de ellas había pronunciado (ut omnem fructum qui ex quolibet verbo universali foret ecclesiae proventurus)[6].
También en el Libro V del Legatus hay algunas páginas de las que emerge una conciencia análoga. El contexto es la reunión de la comunidad para la recitación del Magnum Psalterium (el «gran salterio»)[7], una oración excesivamente larga, que -como afirma Gertrudis- provocaba más tedio que devoción (magis gigneretur tedio quam devotio provocaretur). Por eso la santa le pregunta al Señor cuál podría ser el valor de tal práctica. Él le responde entonces: «Me estimula el gran amor que siento por la salvación de las almas (Nimius amor quem habeo ad redemptionem earum instigat me)»[8]. Enseguida, el Señor se compara con un rey que mantiene prisioneros a algunos de sus amigos más queridos, a los cuales les pide, en cambio de su liberación, que le ofrezcan al menos algo en proporción a lo que le deben:
Soy semejante a un rey que tiene en cautiverio a algunos de sus mejores amigos, a los que con sumo gusto dejaría salir absueltos, si no se lo impidiera la justicia. Finalmente, impelido por el excesivo celo de su liberación, si ellos no tuvieran con qué pagar el rescate, el rey estaría dispuesto a aceptar de cualquiera de sus soldados plata, oro o lo que fuera por su liberación, proporcionado a lo que deben, para tener así ocasión de soltarlos. De igual modo acepto lo que se me ofrezca por las almas de los que redimí con mi preciosa sangre y mi muerte, para tener la oportunidad de librarlas de sus penas y llevarlas a las alegrías preparadas para ellas desde toda la eternidad[9].
Como conclusión de esta página, tachonada de las preguntas insistentes de Gertrudis, Jesús explica: «Asigno a tus oraciones para absolverlas, tantas multitudes de almas cuantas veces muevas la lengua para pronunciar cada palabra de ese salterio»[10].
5. Ante el Señor «in persona Ecclesiæ»
El capítulo 16 del Libro IV del Legatus narra una visión nocturna en la cual el Señor se aparece a Gertrudis sentado en el trono de su gloria, acompañado del evangelista Juan, quien aparece en gesto de anotar obsequia hesterna die (los sacrificios del día anterior). En el lenguaje litúrgico, el vocablo obsequium se refiere al servicio religioso. Pero no se puede ignorar que este significado tiene como trasfondo la referencia paulina a Rm 12,1, donde el rationabile obsequium se refiere, no ya a una acción litúrgica, sino al sacrificio espiritual de sí mismo y de las propias acciones[11].
El texto en el cual nos detenemos ahora, se refiere por tanto a la liturgia celebrada por la comunidad el día anterior (hesterna die), de la cual el evangelista toma nota para que el Señor recompense, después de la muerte, a quienes se han ejercitado en ella. Gertrudis nota que se distinguen con colores diversos las obras realizadas en vistas de la salvación personal, de las realizadas por la salvación del mundo entero (ad salutem universitatis). Si bien las primeras obtienen una amplia recompensa, a las segundas en cambio les está reservado un mérito aún más excelente y una mayor dignidad[12]. Luego el Señor hace comprender a la santa que también todos los demás actos prescritos por la Regla –ayunos, vigilias y otras prácticas- son considerados de inestimable valor, si se realizan en unión con su Pasión. Por esto, invita a Gertrudis a rezar con los brazos abiertos en forma de cruz:
Orad con los brazos extendidos como los tuve en mi pasión y ofreced la oración a Dios Padre (expansis manibus formam meae passionis Deo Patri praetendatis) por la purificación de toda la Iglesia (pro emendatione universalis ecclesiae), en unión de aquel amor con el que yo los extendí en la cruz[13].
En este texto prefiero traducir el vocablo emendatio por «conversión», según el sentido que el término o el verbo correspondiente, emendo, tenían habitualmente en el lenguaje litúrgico y en la tradición antigua, más bien que por «expiación» o «reparación», como lo hacen algunos traductores, que corren el riesgo de superponer a la espiritualidad monástica del siglo XIII interpretaciones restrictivas, elaboradas solo mucho más tarde en algunos ambientes religiosos femeninos[14].
El gesto al que se refiere Gertrudis es, de hecho, un acto de identificación con Cristo -los brazos abiertos en forma de cruz- que expresa su participación en la gracia de su pasión y en el destino de su amor por el mundo, y tiene valor en cuanto destinado a la conversión y al bien de toda la Iglesia.
El siguiente episodio se ubica en la liturgia del Miércoles de Ceniza, que da inicio al tiempo de cuaresma:
El miércoles, después de estas cosas, se acercó al Señor en nombre de la Iglesia (in persona ecclesiæ), como unida a ella, y por ella se entregaba a la purificación cuaresmal (ad emendationem quadragesimalem). El Señor la acogió con tanta ternura entre gozosos abrazos que por propia experiencia y como en penumbra le enseñó Cristo esposo cómo, movido por su excesivo amor, la llevaba con toda seguridad hacia aquella esposa, esto es, la Iglesia en la cual intentaba ella acercarse a él[15].
Como se sabe, el Libro IV del Legatus, en el cual las revelaciones siguen el orden litúrgico de las celebraciones, recoge las confidencias de Gertrudis a una hermana de la comunidad, en un tiempo de enfermedad que le impedía asistir a la oración común. La página que estamos analizando se refiere, sin embargo, a un episodio en el cual la santa parece estar efectivamente presente en la celebración de la que se habla.
El primer aspecto se refiere al hecho de que ella se estaba presentando al Señor «in persona ecclesiæ». Sorprende el uso de esta expresión técnica, que luego se precisa de esta manera: «quasi cum ea et pro ea», es decir, con la Iglesia y como en lugar de ésta. Se sabe que la fórmula «in persona Ecclesiæ», distinta de la fórmula paralela «in persona Christi», se remonta a los teólogos del Medioevo, los cuales precisaban de este modo el rol del ministro en la celebración de la Eucaristía. El concepto, sin embargo, es mucho más antiguo y se basa en la cita de 2 Co 2,10 que, en la versión de la Vulgata suena así: «Cui autem aliquid donastis, et ego: nam et ego quod donavi, si quid donavi, propter vos in persona Christi (he perdonado por amor de ustedes en la persona de Cristo [o en nombre de Cristo])[16]». Es a partir de este texto paulino que santo Tomás realiza un nuevo desarrollo de su doctrina sacramental, distinguiendo y poniendo en paralelo ambas fórmulas: «in persona Christi», e «in persona Ecclesiæ»[17]:
En las oraciones de la Misa -escribe- el sacerdote habla en nombre de la Iglesia (in persona Ecclesiæ), a la que está unido; pero en la consagración del sacramento habla en nombre de Cristo (in persona Christi), de Quien hace entonces las veces, en virtud del poder del Orden[18].
A la luz de este desarrollo, se comprende que actuar en in persona Ecclesiae significa actuar en nombre de toda la Iglesia, para representarla y hacer sus veces (quasi cum ea et pro ea). Y es precisamente esto lo que intenta hacer Gertrudis con su oración. El texto del Legatus precisa además que ella se había presentado al Señor «ad emendationem quadragesimalem». De nuevo, algunos estudiosos traducen el vocablo latino emendatio con «expiación», pero yo prefiero traducirlo como «gestos de conversión». La razón de esto se comprende fácilmente: como trasfondo del pensamiento aquí expresado, se puede de hecho intuir el capítulo 46,4 de la Regula monasteriorum (la Regla de san Benito), donde el verbo emendo indica el esfuerzo de corregirse de las propias negligencias[19].
A la luz de estas breves precisiones se comprende el sentido de esta página. Jesús aprecia la generosidad con que Gertrudis los ofrece los gestos de conversión que exige la cuaresma y le dispensa una acogida nupcial: «inter iucundos amplexos suscepta est (fue recibida con alegres abrazos)». Aunque ubicándose dentro del rígido modelo dionisíaco de Iglesia, gracias a la oración de intercesión presentada a Cristo in persona Ecclesiae, ella llega a asegurarse un rol significativo de mediación entre el mundo celestial y el terrenal, confirmado por el gesto del mismo Señor, quien le permite experimentar el amor nupcial que Él reserva para la Iglesia, su Esposa[20].
[1] Iglesia catedral desde la creación de la diócesis, en 1934, en 1999 el templo ya no fue apto para funcionar como tal y en 2011 fue reemplazado por la nueva catedral de la Sagrada Familia, quedando St. Paul como co-catedral y funcionando como parroquia.
[2] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad y de Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua, en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Faculta, del cual es también Director. Ha escrito estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.
[3] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[4] Un ejemplo de esta difundida sensibilidad es la obra del historiador holandés Johan Huizinga, traducida en italiano con el título de L’autunno del Medioevo (Firenze: Sansoni 1940; original holandés: 1919). Era habitual además describir esta época como un tiempo de disolución del sentido de comunidad durante la liturgia, hasta considerar a los fieles presentes en la celebración de la Misa o del Oficio divino, más como espectadores marginados que realmente partícipes. Esta mentalidad subyace también al estudio de Joseph A. Jungmann, Missarum sollemnia, 2 vols. (Torino: Marietti 1953-1954).
[5] A. Harrison, «I Am Wholly Your Own: Liturgical Piety and Community Among the Nuns of Helfta», Church History 78 (2009) 549-583.
[6] Legatus divinae pietatis 4,2,11; MTD II, 21-22.
[7] No está muy claro a qué corresponde la práctica de la recitación del Magnum Psalterium. De los textos surge que solo se recitaba por las almas de los difuntos. Se trataba probablemente de una parte del Salterio, al cual se agregaban oraciones asignadas a cada versículo. Lo que emerge claramente es que esta práctica debía resultar bastante fatigosa. Cfr. J.-M. Clément, Le Grand Psautier, Appendice II, en Gertrude d’Helfta, Oeuvres spirituelles, t. 5: Le Héraut, Livre V (Paris: Cerf 1986 [Sources Chrétiennes 331]) 313-316.
[8] Legatus divinae pietatis 5,18,1; MTD II, 372.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11] Cfr. M. P. Ellebracht, Remarks on the Vocabulary of the Ancient Orations in the Missale Romanum, (Nijmegen-Utrecht: Dekker & Van de Vegt, 1962), 105-106; A. Blaise – A. Dumas, Le vocabulaire latin des principaux thèmes liturgiques (Turnhout: Brepols 1966).
[12] Legatus divinae pietatis 4,16,2; MTD II, 97-98.
[13] Legatus divinae pietatis 4,16,4; MTD II, 99. Este uso era tradicional en el monacato antiguo, como sugiere por ejemplo Casiano, quien afirma que los monjes son «crucifijos vivos» (Institutiones 4,34). Se sabe además que los antiguos ascetas irlandeses oraban con los brazos tendidos en forma de cruz (cfr. L. Gougaud, Dévotions et pratiques ascétiques du Moyen Age [Maredsous 1925]). Esta praxis, como documenta Gertrudis, debía estar todavía vigente en el Medioevo.
[14] Cfr. A. Blaise – A. Dumas, Le vocabulaire latin, 276; V. Grossi, «Correptio – correctio – emendatio in Agostino d’Ippona», Augustinianum 38 (1998) 215-222; Id., Correction, in A. D. Fitzgerald (ed.), Augustine Through the Ages: An Encyclopedia (Grand Rapids, MI: Eerdmans 1999) 242-244; K. Rahner, Per una teologia della riparazione nella devozione al S. Cuore, en Id., La devozione al Sacro Cuore (Catania: Paoline 1977) 69-73.
[15] Legatus divinae pietatis 4,16,6; MDT II,100 (N. de T.: la traducción española no refleja el matiz que el autor desea resaltar a continuación, y que sí aparece en la traducción italiana que él cita y en el original latino: «Gesù, pieno di bontà, l’accolse fra le sue braccia con tanta affabilità da farle capire per esperienza quale amore egli, Cristo sposo, prodighi alla sua sposa, la Chiesa». «[…] Inter jucundos amplexus suscepta est, quod in ambigue per propriam experientiam didicit Christum sponsum vere pro nimio affectu duci erga sponsam illam, scilicet ecclesiam, in cujus persona ipsa tunc eum adire nitebatur»: Fue recibida con [tan] alegres abrazos, que pudo experimentar en sí misma el excesivo amor que Cristo esposo dirige a su esposa, es decir a la Iglesia, en cuyo nombre ella [Gertrudis] en esa ocasión intentaba acercarse [a Él]. Téngase en cuenta esta lectura, más adelante, al abordar la explicación del autor).
[16] N. de T.: La interpretación de la cita latina es del autor del artículo.
[17] B. D. Marliangeas, Cles pour une théologie du ministère: In persona Christi, in persona Ecclesiae (Paris: Beauchesne 1978); Id., ‘In Persona Christi’ ‘In Persona Ecclesiae’: Note sur les origines et le développement de l’usage de ces expressions dans la théologie latine, en Y. Congar – J. P. Jossua (edd.), La liturgie après le Vatican II (Paris 1967) 283-288.
[18] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiæ 3,82,7 ad 3.
[19] Adalbert de Vogüé ha precisado que emendatio, en el uso que hace san Benito en la Regla, no indica nunca una pena impuesta desde el exterior, sino más bien el hecho de corregirse de un defecto. La única excepción se encuentra en el texto de RB 46,4, cuya fuente sería Agustín (Praec. 4,11), como lo demuestra el uso de los vocablos ultro (espontáneamente) -que en la Regola es un hápax- y emendatio -usado varias veces, pero en el sentido de castigo, no de corrección-. (La Règle de saint Benoît, vol. 5, Paris: Cerf 1977 [SC 185] 825).
[20] N. de T.: cfr. nota 14.