Santa Gertrudis de Helfta, Madre Cornelia Connelly (fundadora de la Sociedad del Santo Niño Jesús) y santa Teresa de Ávila, vitral de mediados del siglo XX,
Capilla de la Inmaculada Concepción, Rosemont College, Rosemont, Pensilvania (EEUU).
Antonio Montanari[1]
2. El Monasterio como lugar en el que toma forma el misterio de la Iglesia
Es sabido que la naturaleza mistérica de la Iglesia[2], en su relación con la Trinidad, permanece inmutable en el tiempo, mientras que su naturaleza social, que hace referencia a la configuración que ha ido asumiendo históricamente, es susceptible de cambio. Por lo tanto, es evidente que, para identificar los rasgos de una doctrina eclesiológica en los escritos elaborados en un monasterio femenino del siglo XIII, como Helfta, no basta con describir un modelo eclesiológico, sino que es necesario tener en cuenta también las formas y los modos con los cuales se presentaba entonces la figura institucional de la Iglesia. En particular, no se pueden ignorar los rasgos fuertemente clericales, que no solo condicionaban las modalidades de pertenencia [eclesial] de una comunidad femenina, sino que llegaban incluso a excluir a las mujeres de la elaboración de la teología, considerada una tarea esencialmente masculina. Por estas razones, en mi exposición trataré de no separar el horizonte histórico del teológico, para evitar juicios rápidos y anacrónicos, con relación al pensamiento eclesiológico de Gertrudis y su comunidad.
Si bien el término Ecclesia aparece pocas veces en los escritos de la santa, es fácil reconocer en ellos una viva consciencia de que la comunidad es el lugar en el que la Iglesia se encarna[3]. Esto explica el motivo por el cual el monasterio, aún con su ubicación geográfica marginal, ha pretendido desde siempre ubicarse en el corazón mismo de la Iglesia y su misterio.
3. Visiones y profecía, un modelo “dionisíaco” de Iglesia
La imagen de Iglesia que emerge del Legatus divinae pietatis está ciertamente marcada con una fuerte impronta agustiniana, pero resiente también el modelo “dionisíaco”, estructurado en base a una rígida jerarquía -y esto se advierte de modo especial en las narraciones de las visiones que se agrupan en Libro IV- que desciende desde Dios a los ángeles, luego a los hombres y finalmente al mundo. En este último, la Iglesia terrena -si bien ordenada a la celestial y a la actividad de los ángeles- desarrollaba un rol imprescindible de mediación. Pero eran sobre todo los obispos y sacerdotes, quienes se consideraban los «mediadores» a través de los cuales la gracia desciende de lo alto y llega a los hombres[4]. Y es aún más interesante notar que, dentro de esta rígida jerarquía, en la cual el «sacerdocio bautismal» no jugaba prácticamente rol alguno, las monjas de Helfta supieron encontrar su propio espacio y garantizarse, a través de la vida monástica, una función de mediación entre el mundo celeste y el terrenal, poniendo en contacto el cielo con la tierra. Se explica así la importancia que asumen en los escritos de Helfta las visiones, que habitualmente se ubican dentro de las celebraciones litúrgicas. Es oportuno precisar, sin embargo, que, en línea con la doctrina agustiniana, tales visiones no están nunca destinadas a la iluminación de un alma individual, sino que siempre están al servicio de la Iglesia y del Pueblo de Dios[5].
Esta finalidad se percibe claramente en la visión ubicada al inicio del Libro V del Legatus divinae pietatis, en la que se narra la muerte de la abadesa Gertrudis de Hackeborn. En esta página se hace patente el rol mediador que desempeña Gertrudis, con su oración.
Mientras toda la comunidad permanecía en oración, Gertrudis, movida por un afecto más tierno, dijo al Señor: «¡Oh benignísimo Jesús!, en virtud de tu inagotable ternura por la que nos diste una madre tan amorosa, al disponerte ahora a recibirla, inclinado a nuestras lágrimas y suspiros, asimílala, en cuanto es posible, a tu Madre, mostrándola algo de aquellos afectos que mostraste a tu beatísima Madre cuando partió de su cuerpo» […]. Así pasó la enferma ese día de agonía. […] En algunos momentos aparecieron también los espíritus celestes, que se inclinaban desde el cielo hacia la tierra y mirándola la invitaban cantando con dulcísima melodía […]. Se aproximaba ya el deliciosísimo momento en el que el Esposo celestial, el Hijo imperial del Padre altísimo, se disponía a recibir a su amada que partía de la cárcel de este mundo después de prolongados deseos, para que reposara con él en el tálamo nupcial[6].
En otro texto se reivindica también para Gertrudis un rol profético. Se trata del Prólogo del Libro I del Legatus divinae pietatis, en el cual la redactora narra la vacilación de la santa ante la tarea que el Señor le había confiado, de componer dicho libro. Se comprende fácilmente el temor, si se piensa que, en esta época, la teología era una tarea reservada únicamente a los varones. ¿Cómo habría podido una monja hacerse un espacio como autora en este ámbito?
Una noche en que Gertrudis, asaltada por este interrogante, se lamentaba ante el Señor, Él le devuelve la paz, confortándola con estas palabras de Isaías: «Dedi te in lucem gentium, ut sis salus mea ab extremis terrae» (Te he puesto como luz de los pueblos, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra, Is 49,6). La santa, comprendiendo que aquellas palabras se referían al libro que estaba escribiendo, pregunta con asombro:
«¿Cómo, Dios mío, puede recibir alguien la luz del conocimiento (lucem cognitionis), por este librito, cuando no tengo ningún deseo de escribir demasiado, ni permitir que se publique lo poco que ya he escrito (pauca iam scripta nequaquam permetta manifestari)?».
En respuesta, el Señor la comparó esta vez con Jeremías, el cual, aun considerándose incapaz de hablar, con su elocuencia iluminó a las naciones.
Le responde el Señor: «Cuando escogí a Jeremías como profeta, él creía que no sabía hablar[7], ni tener el debido discernimiento, pero con su palabra corregí a pueblos y reinos. De igual manera, todo lo que determiné iluminar con la luz del conocimiento y la verdad por medio de ti (lumen cognitionis et veritatis), no fallará, ya que ningún hombre podrá impedir mi determinación eterna, porque llamé a los que había predestinado y justifiqué a los que había llamado[8], de la manera que a mí me complacía»[9].
La tentación de interrumpir la composición de la obra se repite también en el Libro II del Legatus. Pero esta vez se presenta como un conflicto de conciencia: «nullatenus conscientiae meae in hoc consentire possem»[10]. De nuevo interviene el Señor para convencer a Gertrudis de llevar a término su libro, y esta vez lo hace retomando la Palabra de la Escritura escuchada durante el oficio de Vigilias:
«Si el Señor hubiera dirigido su doctrina solo a los de su tiempo, no habría más que palabras, no escritos; pero se han escrito también para salvación de muchos (scripta sunt propter plurimorum salutem)». Y añadió: «Quiero tener en tus escritos un testimonio incontestable de mi divina ternura (divinae pietatis meae) para estos tiempos. Me dispongo con ellos hacer bien a muchas personas (dispono bene facere multis[11].
Con estas palabras, Él aliviaba el peso de la tarea que le confiaba a Gertrudis, la cual, de otro modo, le hubiera resultado insoportable.
Con tu acostumbrada y dulce ternura aliviaste, Dios mío, suavemente aquel peso con las siguientes palabras que confortaron mi alma: «Porque te parecía sin provecho tan desbordante aguacero, te uniré a mi divino Corazón y me derramaré tiernamente en ti, con suaves y dulces alternancias a la medida de tu capacidad»[12].
La comparación que se establece aquí, por un lado, entre Gertrudis y los profetas, que han hablado en nombre de Dios y compuesto los libros bíblicos, y por otro, entre la obra compuesta por ella y los Evangelios, le permite ya avanzar con seguridad, reivindicando para sí y para sus hermanas, una autoridad de la cual el libro no habría podido gozar de otro modo, siendo escritura femenina.
Continuará
[1] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad y de Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua, en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Facultad, del cual es también Director. Ha escrito estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] Dicha conciencia, atestiguada por la costumbre medieval de llamar con el nombre de ecclesia a la comunidad monástica, se fundaba en la creencia, bien enraizada en la tradición, de que, efectivamente, la vida monástica era una continuación de la vida de la Iglesia primitiva, como lo recuerda san Juan Casiano, quien nos ha transmitido una historia del nacimiento del monacato a partir de la predicación apostólica (cfr. Juan Casiano, Institutiones II,5 y Conlationes XVIII,5-8). En el siglo XII, en continuidad con esta tradición ya bien difundida, los documentos cistercienses de los orígenes usaban habitualmente el término ecclesia para indicar el monasterio de Cîteaux.
[4] El Seudo-Dionisio Aeropagita, en su Gerarchia ecclesiastica, hace del ministro ordenado un «mediador» en sentido propio y preciso, considerándolo superior a los «simples fieles» y capaz de hacer de puente entre el cielo y la tierra, entre el mundo divino y el humano. El influjo del Corpus dionysianum está atestiguado en Occidente desde fines del siglo VII y representa también para santo Tomás –junto con San Agustín- uno de los puntos de referencia constantes de su obra.
[5] Cfr. A. Solignac, Les trois genres de visions, Note complémentaire 30, in Les Confessions [Bibliothèque Augustinienne 14] (Paris: Institut des Études Augustiniennes) 632-634; M. E. Korger – H. U. von Balthasar, Aurelius Augustinus, Psychologie und Mystik: De Genesi ad litteram 12 (Einsiedeln: Johannes Verlag 1960) 13-15; K. Shlapbach, «Intellectual Vision in Augustine’s “De Genesi ad litteram 12” or: Seeing the Hidden Meaning of Images», in F. Young – M. Eduards – P. Parvis (eds.), Studia Patristica XLIII (Leuven: Peters 2006) 239-244.
[6] Legatus divinae pietatis 5,1,21-23; MTD II, 291-292.
[7] Cf. Jr 1, 5.
[8] Cf. Rm 8,30.
[9] Legatus divinae pietatis, Prólogo 3; MTD I, 58-59.
[10] N. de T.: «Me parecía tan sin sentido publicar estos escritos, que mi conciencia no me permitía aceptarlo, por eso lo diferí hasta la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz» (Legatus divinae pietatis 2,10,1; MTD I, 163).
[11] Legatus divinae pietatis 2,10,1; MTD I, 163.
[12] Legatus divinae pietatis 2,10,2; MTD I, 164.