«Pilato plantó tres cruces sobre el Gólgota, dos para los ladrones y una para el dador de la vida. El Hades vio las cruces y dijo: “¿Quién me ha incrustado un clavo en mi corazón? Una lanza de madera me ha atravesado, y me han obligado a expulsar a Adán y a los nacidos de él, quienes, por medio de un árbol, me habían sido dados. Un árbol los hace entrar de nuevo en el paraíso”.
“Hoy el Soberano de la creación y Señor de la gloria es clavado en la cruz y traspasado en el costado; prueba hiel y vinagre la dulzura de la Iglesia; el que cubre el cielo de nubes se ciñe con una corona de espinas; viste un manto de escarnio y es abofeteado por una mano de barro el que ha formado al hombre con su mano; el que envuelve el cielo con nubes es azotado en la espalda; recibe salivazos y azotes, ultrajes y bofetadas, y por mí, condenado, todo lo soporta, mi Redentor y Dios, para salvar al mundo del engaño, en su amorosa compasión”.
“El árbol de la cruz ha traído al mundo un fruto de vida eterna: al gustarlo, oh Cristo, somos redimidos de la muerte... Nosotros, que estábamos muertos por haber comido del árbol, hemos sido revividos por tu cruz. Alégrate, cruz vivificante, espléndido paraíso de la Iglesia, árbol de incorruptibilidad que has hecho florecer para nosotros el gozo de la gloria eterna... En el paraíso en una ocasión un árbol me desnudó, porque haciéndome gustar su fruto, el enemigo introdujo la muerte; pero el árbol de la cruz, que trae a los hombres el manto de la vida, ha sido plantado en la tierra...”» (Liturgia bizantina).